12 diciembre, 2024

Pedro Damián (en italiano, Damiani) realizó una importantísima contribución a la renovación eclesial del s. XI que tuvo en la reforma gregoriana su momento cumbre.

San Pedro Damián fue un hombre de profunda oración y recogimiento. Precisamente por ello distinguió muy bien aquellas cosas que son esenciales para alcanzar la perfección de la caridad, de aquellas que no lo son. El impulso reformista que lo caracterizó a lo largo de su vida brotaba de una vida interior auténtica, de un trato asiduo con Dios y consigo mismo. Es decir, San Pedro Damián era muy consciente de que para seguir a Cristo hay que formar y fortalecer el alma, en particular a la mente. Así lo expresa él mismo: “Que la esperanza te levante ese gozo, que la caridad encienda tu fervor. Así tu mente, bien saciada, será capaz de olvidar los sufrimientos exteriores y progresará en la posesión de los bienes que contempla en su interior”.
“Damián”
El santo nació en 1007 en Rávena (Italia). Perdió a sus padres de muy niño y quedó al cuidado de uno de sus hermanos quien no lo trató debidamente. Pero, para su fortuna, otro de sus hermanos, arcipreste de Rávena, se compadeció de él y se encargó de su educación. A su lado, Pedro, se sentía como un hijo, por eso decidió tomar su nombre: Damián.
Conforme Pedro fue creciendo, iba mostrando una inclinación a la oración, a las vigilias en meditación, al ayuno; y, al mismo tiempo, a compartir sus alimentos con quienes padecían hambre, a quienes acogía en su casa para servirles.
Cristo, alimento del alma, fortaleza de la mente
El itinerario espiritual de San Pedro Damián comenzó con los benedictinos. Entusiasmado con la reforma de San Romualdo, se hizo monje en el monasterio de Fonte Avellana. Movido por un fervor muy grande, Pedro se entregó a la práctica de las disciplinas y rigores más duros. Usó cilicios, se alimentó con solo pan y agua, se flageló; su cuerpo, sin embargo, no aguantó y se debilitó mucho; eso lo obligó a moderarse. El monje comprendió que por sí mismas estas prácticas no garantizan la virtud, y que en la mayoría de los casos ser paciente puede ser la mejor penitencia. Más aún, en medio de las penas de esta vida y que Dios permite para aleccionarnos.
A la muerte de su Abad, Pedro asumió la dirección de la comunidad como prior. Su deseo de fortalecer y mejorar la vida de los monjes se concretó en reformas que dieron buenos resultados. Fundó otras cinco comunidades más de ermitaños benedictinos y animaba a los monjes a buscar siempre el espíritu de silencio, la caridad y humildad. De aquellas reformas son hijos Santo Domingo Loricato y San Juan de Lodi, sus discípulos.
En contra de una Iglesia acomodada al mundo
En 1057 fue creado Cardenal y Obispo de Ostia, renunciando a lo que más le agradaba: su vida en soledad. Su buen nombre se hizo conocido por muchos y aumentó el contacto que ya tenía con la curia romana, e incluso con el Papa. Escribió muchas cartas criticando la simonía -la compra de bienes espirituales como si fuesen bienes materiales, lo que incluía cargos eclesiásticos, sacramentos, sacramentales, reliquias y promesas de oración-.
Escribió el llamado “libro gomorriano” (título alusivo a la ciudad veterotestamentaria de Gomorra) y habló fuerte contra de las costumbres impuras de su tiempo. De igual manera escribió en torno a los deberes de los clérigos y los monjes, a quienes recomendaba la disciplina espiritual más que los ayunos prolongados.
Responsables del futuro 
“Es imposible restaurar la disciplina una vez que ésta decae; si nosotros, por negligencia, dejamos caer en desuso las reglas, las generaciones futuras no podrán volver a la primitiva observancia. Guardémonos de incurrir en semejante culpa y transmitamos fielmente a nuestros sucesores el legado de nuestros predecesores”, escribió con agudeza San Pedro Damián, preocupado por esa responsabilidad que tenemos con las generaciones futuras de cristianos.
Se hace mucho énfasis en su conciencia rigurosa, y como se ve, no sin razón. Sin embargo exhibir tal rigurosidad no es un facilismo exagerado o un recurso dramático. En tiempos de crisis es cuando mejor se percibe el mal y cuando quizás se entiende mejor cuán necesario es tratar a los pecadores con indulgencia y bondad. San Pedro Damián fue, en ese sentido, un poco de todo cuando la prudencia y caridad lo requerían. Tenía una personalidad muy sencilla en el fondo, muy propia del hombre común. En sus ratos libres, acostumbraba hacer cucharas de madera y otros utensilios para sus hermanos.
El último episodio 
El Papa Alejandro II envió a San Pedro Damián para resolver un problema en Rávena, donde el arzobispo se había declarado en franca rebeldía y tuvo que ser excomulgado. Lamentablemente el santo llegó cuando el prelado ya había muerto, pero fue tal su ejemplo de justicia y caridad que los cómplices del rebelde asumieron su penitencia y reformaron sus conductas.
De regreso a Roma, el santo cayó enfermo en un monasterio en las afueras de Faenza. Allí murió el 22 de febrero de 1072.
Dante Alighieri, en el canto XXI del Paraíso, coloca a San Pedro Damián en el cielo de Saturno, destinado a los espíritus contemplativos. Fue declarado Doctor de la Iglesia en 1828 por el Papa León XII.
Fuente: ACI Prensa

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