Gloriosa es la herencia que el Señor da a los suyos.
Cuando Jesús ascendía al cielo los apóstoles seguían mirándolo hasta que una nube lo ocultó a sus ojos…
¿Hacia dónde apunta tu mirada hoy? ¿A la Tierra o al Cielo?
¿Hay alguna nube que opaque tu mirada al destino glorioso qué Jesús nos preparó?
¡Quita esa nube y contempla la Ascención!
La Ascención de Jesús expresa sobre todo la dimensión de exaltación y glorificación de la naturaleza humana de Jesús y asciende para recibir su Reino.
Asciende con el mismo cuerpo que en su vida terrena, pero ahora glorioso.
También nosotros ascenderemos. Por eso este misterio glorioso es motivo de un gran gozo interior, que nos hace más llevadera la vida con sus anhelos dolorosos y los ecos del corazón, con este misterio se proclama no solamente la inmortalidad del alma sino también la de la carne.
La Ascensión nos dice que en Cristo nuestra humanidad es llevada a las alturas de Dios.
Jesús, no se fue para alejarse de nuestra pequeñez, sino para que pusiéramos nuestra esperanza en llegar, como Hijos amadísimos de Dios Padre.
La Ascensión no es anuncio de una “ausencia”, sino de una “presencia”. Una presencia de un exceso de amor para siempre.
El Señor volverá para tomar a los suyos y para estar con ellos para siempre; y se mostrará como imagen perfecta de Dios, como icono transformante por obra del Espíritu Santo. para volvernos semejantes a Él, para contemplarlo tal como Él es, cara a cara (visión beatifica) y como lo veremos eternamente.
Qué en esta solemnidad, permanezcamos fieles a la esperanza orientada simultáneamente a los iconos de las realidades temporales y a las realidades eternas.
La herencia de Jesús, es alcanzarnos un amor que satisface, inhabitando en la Santísima Trinidad y en comunión con los santos.
Te invito a ponerte los lentes de la teología del cuerpo y que redirecciones tú mirada a la esperanza de la redención del cuerpo, que anheles y luches llegar al cielo prometido dónde te espera Cristo. No te quedes solo viendo a lo lejos como los Galileos, sé testigo, experimenta al Resucitado.
Tenemos un Dios vivo que nos ha dejado al Espíritu Santo para que nos de esa fortaleza en casa adversidad y nos recuerda que Él está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.
Oremos:
Señor, gracias por abrirnos las puertas del cielo y haber entrado con tu humanidad. Espérame a la puerta cuando también yo resucite. Que mis ojos miren siempre hacia el cielo, pero con mis pies calzados y firmes en la tierra, para llevar tu mensaje de salvación.
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