En el Sábado Santo, día de espera y silencio tras la crucifixión de Jesús, María, la Madre de Dios, permanece como un faro de fe inquebrantable en medio de la oscuridad y la desolación que envuelve al mundo.
El Papa Benedicto XVI describió este día como el “ocultamiento de Dios”, donde un profundo silencio reina en la tierra mientras el Rey yace en la tumba. Sin embargo, a pesar del aparente abandono divino, María permanece en oración, confiando en las promesas de su Hijo.
En este día de soledad y desolación, María se convierte en el ejemplo supremo de esperanza y fe. Mientras muchos perdieron la fe al ver a Jesús crucificado, María sigue firme en su creencia, manteniendo viva la llama de la confianza en medio de la tormenta.
Mientras otras personas quedaron desconcertadas al encontrar el sepulcro vacío, llenas de temor y desilusión, María no duda ni vacila. Su fe inquebrantable la lleva a esperar la resurrección de su Hijo, incluso cuando todo parece perdido.
En un mundo marcado por la desesperanza y la falta de fe, la figura de María en el Sábado Santo nos recuerda la importancia de confiar en las promesas de Dios, incluso en los momentos más oscuros. Su ejemplo nos enseña que la fe verdadera no se basa en lo que vemos, sino en lo que creemos en lo más profundo de nuestro ser.
Hoy, en medio del silencio del Sábado Santo, recordamos y honramos la fe inquebrantable de María, la Madre de la esperanza, quien nos muestra el camino hacia la luz de la resurrección. Bendita tú entre las mujeres, María, por tu fe sin igual.
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