Los Santos Carlos Lwanga, José Mkasa y sus compañeros fueron mártires africanos que, a pesar de la persecución, mantuvieron su fe con valentía. Los Padres Blancos evangelizaron en África en el siglo XIX. Los primeros conversos instruyeron y guiaron a los más nuevos, creciendo la comunidad rápidamente. Inicialmente no había problemas con el rey, pero al ver que interfería en su estilo de vida y modo de gobierno, comenzaron las represalias.
José Mkasa era el líder de la comunidad católica y tenía a su cargo una comunidad de 200 miembros. El rey mandó que lo mataran. Mientras sus verdugos le amarraban las manos, él les dijo: “Un cristiano que entrega su vida por Dios no tiene miedo de morir”. Fue quemado el 15 de Noviembre de 1885.
A pesar de la persecución, los cristianos continuaron con sus actividades. Carlos Lwanga, favorito del rey, reemplazó a José como jefe de la comunidad cristiana. Sus oraciones lograron que el rey desistiera de las persecuciones por seis meses.
En mayo del año siguiente, estalló la tempestad. Los cristianos fueron capturados y llamados ante el rey. Este les preguntó si tenían la intención de seguir siendo cristianos. “!Hasta la muerte!”, respondieron ellos al unísono. El rey ordenó que la ejecución se llevara a cabo en un lugar llamado Namugongo, a 60 km de distancia.
Uno de los jóvenes era el hijo del verdugo. Él le rogó para que se escapara, pero no fue aceptada su propuesta. A tres de los jóvenes mártires se les quitó la vida cuando iban por el camino; los restantes fueron encerrados por siete días en la prisión de Namugongo, bajo condiciones infrahumanas.
El 3 de junio de 1886, día de la Ascensión, fueron sacados de la prisión. Envueltos en unos juncos y ordenados en fila, se les prendió fuego. Al hijo del verdugo le dieron un golpe en la cabeza para que no sufriera al ser quemado. Murieron proclamando el nombre de Jesús y diciendo: “Pueden quemar nuestros cuerpos, pero no pueden dañar nuestras almas”.
Carlos Lwanga (21 años), Andrés Kagwa y otros veinte jóvenes fueron beatificados el 6 de Junio de 1920 por el Papa Benito XV.
Agregar comentario