Al regresar de su peregrinación al Santuario de la Madre del Buen Consejo en Genazzano, el Papa León XIV sorprendió a fieles y visitantes al detenerse en la Basílica de Santa María la Mayor. Allí rindió homenaje personal y silencioso a su predecesor, el Papa Francisco, con un gesto cargado de simbolismo: colocó una rosa blanca sobre el mármol con la inscripción “Franciscus”.
El Papa llegó a la Basílica Liberiana a las 19:05, cuando ya habían concluido las visitas turísticas y comenzaban los preparativos para el rezo del Rosario. Su presencia causó conmoción entre los fieles reunidos, quienes no esperaban la llegada del recién elegido Pontífice. Un vehículo negro apareció frente a la iglesia, seguido de vítores espontáneos: “¡León, León!”
El primer gesto fue profundamente íntimo. El Pontífice se arrodilló ante la tumba de Francisco, dejó la rosa blanca —símbolo de Santa Teresita, a quien el Papa León tiene gran devoción— y oró en silencio durante varios minutos. La escena, enmarcada por la luz tenue y la sobriedad del lugar, dejó una huella visible en los presentes.
Antes de retirarse, el Papa visitó la Capilla de la Salus Populi Romani, ícono profundamente venerado por los fieles romanos y por el mismo Papa Francisco. León XIV colocó allí un ramo de rosas y se detuvo nuevamente en oración. Lo acompañaban el cardenal Rolandas Makrickas, arcipreste de la Basílica, y el cardenal argentino Ángel Sixto Rossi.
En medio de cánticos en italiano y español, el Papa saludó a religiosos, niños y familias que lograron acercarse, repartiendo sonrisas, palabras breves y apretones de mano. Al concluir su visita, salió discretamente por la sacristía. El vehículo papal se desvió por la colina del Esquilino, dejando sin una despedida final a quienes esperaban fuera, pero sorprendiendo a otros que aún llegaban para visitar la tumba de Francisco.
El gesto de León XIV, íntimo y profundamente simbólico, marca un inicio de pontificado enraizado en la memoria, la gratitud y la continuidad con el legado de su predecesor.
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