Los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 han llegado a su fin y han cedido la responsabilidad del sueño olímpico a París, que albergará la justa en 2024. El Sueño olímpico de Tokio ha terminado, pero el sueño de hacer que los valores que imperan en el deporte no terminan, unos sueños que se espera generen a su vez grandes personas.
La complejidad de organizar unos juegos en medio de una pandemia, ha sido inversamente proporcional a la sensación de haber cumplido. Tantas fueron las ocasiones en las que se dudo sobre la realización de estos juegos, fiesta de la unidad de las naciones, sin embargo, el Comité Olímpico Internacional se empeño en mandar un mensaje a la humanidad sobre todo aquello que se pensaba imposible. La clausura es pues, en cierto modo, la fiesta del esfuerzo, de llegar al “camino final”.
Sin embargo aunque el fuego otorgado por el dios Apolo se ha extinguido en Tokio, aun permanece un fuego encendido en los corazones de millones de personas, el fuego eterno del amor misericordioso de Dios. Un amor que a diferencia del fuego de Apolo, no se extingue ni se tiene que volver a encender cada 4 años en una ceremonia sagrada por intermediación de la diosa Hera. Este fuego del amor, permanece siempre encendido, y ha sido regalado a los hombres por medio del Campeón de Dios, este fuego bajado en Pentecostés que encendería el pebetero olímpico de nuestro corazón, y que sería enviado a los hombres en el momento de la redención humana, la muerte de nuestro gran héroe Jesucristo. A los ojos de la humanidad en tiempos de Cristo, parecería que este fue un gran fracaso, un intento de conseguir la medalla de oro que termino en derrota, la muerte del mesías esperado.
No obstante es Jesucristo el que viene a decirnos que, desde la aparente derrota, se puede conseguir la gran victoria. Muchas veces nos afanamos en nuestras vidas por ser los mejores, por sobresalir sobre todos los demás, por ser a quienes todos volteen a ver y vitoreen por sus logros. Nos esmeramos en conseguir la medalla de oro de la vida, sin esforzarnos mucho por conseguir la medalla de la santidad. Mi invitación para todos ustedes es que tomemos lo mejor de estos juegos, el espíritu de fiesta y unidad de las naciones, y lo convirtamos en un estilo de vida. Esforcémonos a diario por ser esos grandes campeones olímpicos que lo dieron todo por lograr la meta; volvámonos esos campeones que llevan el relevo del fuego sagrado y lo comparten con el mundo.
Que este “beso de la antorcha” se convierta en esa misión de compartir el amor de Dios con nuestro prójimo, seamos esos atletas de Dios que llevan el fuego de su amor a todos los rincones del mundo. Esforcémonos por compartir este fuego que no se extingue con todo el mundo, pues es este fuego, uno que no proviene de dioses falsos, sino que proviene del único y verdadero Dios. Este no es un fuego efímero que solo arde en lo alto del pebetero por unos días, sino que es el fuego eterno que arde muy adentro de nuestro corazón, y que seguirá ardiendo hasta el final de nuestros días, y aun más, hasta el final de la eternidad.
Manuel García
Wooow que buena reflexión 🤩