12 diciembre, 2024

 La Ascensión del Señor


Hch 1, 1-11

Sal 46

Ef 1, 17-23

Lc 24, 46-53



    El día de hoy celebramos la fiesta de la Ascensión del Señor a los cielos, la cual tuvo lugar cuarenta días después de la Pascua. Lo hemos contemplado en el libro de los Hechos de los Apóstoles, donde se nos presenta un Jesús que se despide de sus discípulos.


    Jesús asciende, sale de este mundo. Es decir, vuelve al Padre. Una vez que ha realizado su misión, retorna al cielo y está a la derecha de Dios Padre. Con esta acción, Jesucristo Resucitado atrae la mirada de sus apóstoles a las alturas del cielo, mostrándonos de esa manera que nuestro camino está en el cielo.


    Aunque no podamos describir con exactitud lo que es el cielo, ya desde ahora se puede pregustar; no podemos alcanzarlo con nuestra mente, pero nos resulta imposible no desearlo. Al hablar del cielo, no lo hacemos para satisfacer una curiosidad, sino para reavivar nuestra alegría y nuestro deseo de estar con Dios. Si lo tenemos presente en nuestra vida, es para no olvidar el último anhelo que llevamos en el corazón.


    El relato de la Ascensión, recogido del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos muestra un episodio muy significativo. Los discípulos, tras la despedida de Jesús, contemplan como éste se comienza a elevar y, con la mirada fija en el cielo, Jesús desaparece de su vista. Entonces se presentan dos varones vestidos de blanco, diciéndoles: “Galileos, ¿qué hacen ahí plantados mirando el cielo?”.


    Aunque nuestro deseo último será llegar al cielo, hemos de corregir la actitud equivoca que existe en algunos creyentes. No es el momento de permanecer pasivos contemplando el cielo, sino de comprometerse activamente en la construcción del Reino de Dios, con la esperanza puesta en el Señor de que algún día accederemos a la Gloria de Dios.


    Hoy en día tal vez las cosas han cambiado: muchas personas han dejado de mirar el cielo, enfocándose más a las cosas del mundo; o se deja de construir el Reino de Dios en el aquí y en el ahora. Esta mentalidad puede traernos consecuencias graves. Olvidarnos del cielo nos lleva a preocuparnos mayormente por las cosas de la tierra. El hombre se ha limitado su horizonte, se conforma con esperanzas demasiadas pequeñas. Es triste decirlo, pero muchos ya han perdido el anhelo de lo infinito, conformándose con lo finito.


    Recordemos que no se trata únicamente de elevar nuestra mirada hacia el cielo y esperar se llamados por el Señor, como una “magia divina”. No. Hemos de trabajar día a día para descubrir a Dios y que nos está llamando para que estemos con Él. ¿Qué camino hemos de emprender para acceder al cielo?


    Pidámosle al Señor que nos dé la fuerza para permanecer fieles a la misión que Jesús nos ha dejado: “vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio”; y que nuestra mirada esté siempre puesta en alcanzar la Gloria del Padre, es decir: en el cielo. 



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

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