24 abril, 2024

Bartolomé nació en la ciudad de México en 1580, y con 16 años ingresa a la orden agustina. En 1606 se embarcó en Acapulco y llego a Filipinas. Allí, los superiores al ver sus cualidades, lo nombraron maestro de novicios, desempeñando este cargo durante un sexenio. Tenía una gran facilidad para los idiomas, era un buen latinista y aprendió pronto el japonés a pesar de las dificultades de esta lengua. Venció innumerables peligros para llevar a Cristo a los creyentes y para no ser detenido, vivía en los campos y bosque; vivió pobremente, padeció las inclemencias del clima y también el hambre. A esto él añadió ayunos, vigilias y tales maceraciones, que aquel joven robusto de 25 años, se convirtió en un hombre enjuto y seco que no parecía tener más que huesos y piel. Víctima de una traición, el Beato Bartolomé fue sorprendido y arrestado en 1629, junto con el catequista y ahora Beato Juan Shozaburo y otros tres auxiliares con los que fue enviado a la cárcel de Nagasaki. Al llegar al lugar del suplicio, entonaron, como era la costumbre entre quienes eran sacrificados, el salmo 116 “Laudate Dominum omnes gentes”, luego los ataron con lazos muy frágiles, para que se pudieran romper si decidían renegar. La leña era verde y llena de lodo para que ardiera con dificultad. Al ser encendido el fuego, el Beato Vicente Carvalho sacó su crucifijo y levantándolo en alto exclamo “¡Adelante valerosos soldados de Jesucristo! ¡Viva nuestra fe y por ella valerosamente muramos!”.

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Por que creemos que lo común a toda persona es el anhelo profundo en el corazón de amor y plenitud, se busca abrir un espacio de diálogo con personas que tienen creencias, pensamientos o ideologías contrarias y diferentes a la fe católica. Para encontrar lo bueno, verdadero y bello que está en el fondo nuestras diferencias

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