29 marzo, 2024

Lunes IV semana Tiempo Ordinario

 

II Sm 15, 13-14. 30; 16, 5-13

Sal 3

Mc 5, 1-20

 

 

Qué difícil fueron los últimos días del reinado de David, ya que no fue únicamente la familia de Saúl la que se levantó en su contra, sino muchas personas. Qué duro es ver caer a los poderosos, pero no por sus propios méritos, sino por los celos-rivalidades de los suyos. Con esto, podemos darnos cuenta de que la ambición no respeta ni siquiera los lazos de sangre que se pueda tener.

 

¿Cuántas veces hemos visto esto en las familias? ¿Cuántas veces no nos hemos enterado de familias que se destruyen por las herencias? ¿Quién de nosotros no ha contemplado a seres amados dejarse de hablar por conflictos que han surgido entre ellos? Hoy en día se siguen dando esas divisiones familiares y generalmente la causal son los bienes materiales, el poder, la ambición que hay en el corazón del hombre.

 

De hecho, todo esto se da debido a que el maligno ataca desde dentro: dentro de las familias, de cada uno de nosotros. Existen muchos espíritus inmundos en el interior del hombre que necesitan ser sacados. Así como el hombre del Evangelio, es necesario que Jesús limpie nuestro corazón de toda posesión maligna.

 

Ahora bien, debemos tener cuidado de lo que implicará estar limpio de corazón. ¿Por qué esta advertencia? Fácil: los habitantes de Genesaret rechazan a Jesús no porque había salvado a un paisano, sino porque echo a perder su ganadería. No les importó la persona salvada, sino más bien se preocupaban por sus cerdos, por lo material.

 

Qué insólito nos puede parecer esto, que despiadado nos resulta ver que las personas se preocupan más por lo material que por el mismo hombre. Por ello, debemos de ser cuidadosos, no vaya a ser que también nosotros nos inclinemos más a las cosas del mundo que por aquellos que nos rodean, que nuestra propia familia.

 

A Jesús no le importó que lo rechazaran, incluso que lo expulsaran de aquella región. A Él lo único que le importaba era que el hombre poseído por una gran cantidad de espíritus inmundos quedara libre. A Dios le interesa más tu corazón que la marca de celular que uses; al Señor le importa más tu ser de hijo que el vehículo que puedas poseer. Lo que el Padre quiere para todos es la salvación y no la condenación.

 

En esta historia llamada vida, hay infinidad de episodios: algunos son de rechazo, otros de admiración; unas veces de sorpresa, otras de incomprensión. Lo que sí es un hecho es que Jesús siempre se hace cercanos a nosotros. Independientemente del momento en el que te encuentres (si nos estas pasando un buen momento, si crees que la luz se ha apagado, si no has podido levantarte de tus caídas, etc.), Él quiere sanarte, quiere curar tu corazón roto.

 

Aprendamos a dar prioridades en nuestra vida, a jerarquizar las cosas desde la óptica del Señor: antes de todo lo material está el hombre y su plenitud. Que tu primera preocupación en esta vida no sea lo material, sino lo humano. Busca que Dios cure las heridas de tu corazón y te incorpore a la comunidad.

 

 

Pbro. José Gerardo Moya Soto

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Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

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