29 marzo, 2024

Tiempo de Adviento: 20 de Diciembre
(ferias mayores)

Is 7, 10-14
Sal 23
Lc 1, 26-38

La importancia de un nombre en la biblia muchas veces implica una misión, en este caso, Isaías nos habla del nacimiento del Emmanuel, que significa Dios con nosotros. Porque Dios no es un ser ausente, sino que quiere estar presente en la vida de los hombres.

Dios no es un ser ausente en nuestros sufrimientos, al contrario, Dios es un ser presente en nuestra historia, padece con nosotros, sufre lo que nosotros sufrimos; así lo demostró con Jesucristo, que asumió en la cruz todo nuestro dolor. Un dolor que reúne el de la humanidad entera.

Pero ese Dios con nosotros, es también un compromiso claro por la vida que él ha creado. Un Dios con nosotros que se hace presente en el nacer y en el morir, aunque nuestros días estén contados. Hacia nosotros viene ese Dios, directo hacia nuestra esperanza. Un Dios que nos plantea retos, que nos cubre con su gracia, y hace que cambiemos de proyectos, por muchos que sean de realización personal.

Por otra parte, María, atónita, recibe el saludo del ángel. Atónita por ser colmada de gracia, y porque aquel saludo le rompería toda su historia personal. Tendría que hacer suya la historia de Dios. ¿Cómo, desde la pequeñez y la fragilidad que una persona pueda sentir en su vida, albergará la historia de Dios?  ¿Cómo comprender aquél “Alégrate”?

Su misión: ponerle nombre a la vida que nace en ella: “Le pondrás por nombre Jesús”. Pero no sólo es ponerle un nombre, sino confiarse en la misión de darle vida, de educarlo, de acompañarlo, de amarlo.

No todo será color de rosas. El sacrificio, aunque esté llena de la gracia de Dios, será grande: le llevará a conducirlo a Egipto como un emigrante para evitar la muerte, le llevará a buscarlo entre el gentío por ser considerado falto de cordura, le conducirá al pie de la cruz. Cada paso será un parto lleno de dolor, y el más desgarrador el de contemplar desde el llanto una muerte ignominiosa en la cruz.

María, una mujer que no evitó el dolor de su misión, todo por darle la vida a Dios. Transformó su vida para que Dios hiciera historia con su vida. María a pesar del dolor no perdió la esperanza: el proyecto de Dios y su promesa se cumple. Donde ella veía dolor e incomprensión Dios presenta amor, reconciliación y paz. Su dolor era el sacrificio que el amor supondría, su dolor era el sacrificio donde los pecados del pueblo eran perdonados, su dolor era el sacrificio donde la paz se daría como reino. A cambio la gracia de Dios, el amor de Dios, la Gloria de Dios.

Pero no todo se centra en la vida de María, ella tiene su mérito por permitir en su libertad y en su dolor el inicio de la redención. El centro verdadero es Cristo, el que vino, viene y el que vendrá. El fruto de sus entrañas. Una madre se centra en la vida de su hijo. Así lo hizo María, centrarse en la vida de Cristo.

Ese Cristo, nacerá en un pesebre, en un mundo sin hogar, sin calor, sin acogida. Una familia que le sobrevino la vida en medio del camino, mientras acudían formalmente a cumplir la ley del censo romano. El rechazo fue la primera reacción. Una familia desconocida y extranjera que pide asilo para un parto.

Cristo será quien presente al mundo la luz de Dios. Luz de los pueblos. Porque Dios iluminará los caminos de los que carecen de ella y quieren llegar a la vida.

Cristo será nuestra esperanza. Dios salva es su nombre. El liberador de nuestras esclavitudes, las que asumimos nosotros con nuestro egoísmo, y las que otros nos imponen con su sinrazón. Su muerte será la ruptura total de todas las cadenas.

Pidamos a Dios que sepamos acoger como María el proyecto de Dios para con nosotros, que no nos dé miedo la salvación propuesta por Dios, y si es doloroso el camino de liberación, sepamos ver sobretodo el anuncio de la vida que se nos propone.

Fray Alexis González de León

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Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

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