24 abril, 2024

 Sábado de la octava de Pascua 


Hch 4, 13-21

Sal 117

Mc 16, 9-15



    Los hombres de hoy, a menudo, nos mostramos conformistas. El miedo al que dirán nos impide presentarnos como cristianos, como personas que libremente hemos adoptado el estilo de vida de Jesús. 


    Podemos vernos reflejados en el Evangelio que hoy hemos escuchado: María Magdalena fue a decirle a los onces que Jesús estaba vivo y no le creyeron. A otros dos discípulos se les apareció, ellos lo comunicaron a sus hermanos y no les creyeron. Ya cuando no escucharon a Dios por otros, el mismo Cristo Resucitado se les aparece. Pero no sólo lo hizo para que creyeran, sino que les echó en cara su incredulidad y la dureza de su corazón. 


    En el aquí y en el ahora: ¿tendrá que venir el mismo Jesús a echarnos en cara nuestro pecado, nuestra frialdad, nuestra apatía de vivir como cristianos? Tengamos puesta nuestra confianza en el Señor. El encuentro con Jesús Resucitado no puede quedar infértil, sino que da frutos abundantes. Lo podemos apreciar en Pedro y Juan: ellos recibieron, de parte de Dios, una elocuencia y sabiduría que nadie podía contradecir ni resistir. Sólo la presencia directa con Jesús nos librará de la dureza de corazón y nos transformará en verdaderos creyentes y predicadores de su Evangelio: “vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio”. 


    Cuando alguien ha tenido una experiencia no duda en compartirla con los demás. Sea para bien, sea para mal, busca platicársela al prójimo. También nosotros, cuanto hemos experimentado de cerca a Jesús, no podemos quedarnos callados, buscamos comunicárselo a todos. Eso mismo le sucedió a estos Apóstoles: “nosotros no podemos dejar de contar lo que hemos visto y oído”. 


    Recordemos lo que verdaderamente es esencial en nuestra vida de fe y no lo que el mundo nos ofrece. O acaso “¿nos parece justo delante de Dios que obedezcamos a los hombres antes que a Dios?”. Tengamos siempre como prioridad al Señor, dejemos que Él sea el centro de nuestro corazón y encomendémosle toda nuestra vida, pues diría el salmo: “mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres” (Sal 118, 8).


Pbro. José Gerardo Moya Soto

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Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

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