Lunes II Tiempo de Adviento
Is 35, 1-10
Sal 84
Lc 5, 17-26
El profeta Isaías continua con su mensaje de alegría y para seguir iluminando al pueblo de Israel utiliza imágenes de la vida cotidiana. Hoy nos muestra ejemplo de la misma vida humana: manos débiles que recobran vigor, rodillas vacilantes que se hacen fuertes, cobardes que se llenan de valor.
Con esto, nos podemos dar cuenta de los planes que Dios tiene para su pueblo: ya no sufrirán penas ni aflicciones; Él curará a los ciegos, a los sordos, a los mudos y a los cojos; a todos les mostrará el camino de la verdadera felicidad. Podemos decir que entre el pueblo de Israel se dará un nuevo éxodo, ya que se acerca el día de su liberación.
Cómo no admirarse ante este panorama tan grato: Dios ha perdonado a su pueblo, lo libera de todas sus tribulaciones y sufrimientos, le devuelve la dignidad que habían perdido, les reitera el amor que tiene para con él.
De hecho, podemos encontrarle un sentido pleno en el Evangelio a estas letras pronunciadas por el profeta, ya que en Jesucristo obtenemos todos los bienes que habíamos perdido debido al pecado. Él es el médico de toda enfermedad, el agua que fecunda la tierra, la luz que ilumina nuestro caminar, la valentía de los que se sienten acobardados.
Jesús es el que cura, el que salva, como nos lo muestra el Evangelio de hoy: vio la fe de las personas que le presentaban al paralítico, lo curó de su incapacidad y le perdonó sus pecados. Incluso, les dio más de lo que pedían: no sólo sanó su enfermedad física, sino que le devolvió la salud interior, ya que Jesús ofrece la liberación integra de la persona.
Lo que parecía una utopía en tiempos de Isaías, resulta que para Jesús quedó corto, puesto que Él es la misma promesa del Padre. Cristo siempre va a superar nuestras perspectivas, va más allá de lo que estamos pidiendo, puesto que Él busca rescatar y salvar a toda la persona. Es por lo que podemos decir con toda certeza: “hemos visto cosas admirables en Él”.
¿Cuántas rodillas vacilantes y manos temblorosas existen hoy? ¿Cuántas personas sienten miedo o se encuentran desorientadas? Es por lo que el mensaje del Adviento busca animarnos, nos quiere llenar de entusiasmo: “levanten la cabeza, puesto que se acerca su liberación” (cfr. Lc 21, 28).
Cristo Jesús quiere curarnos a cada uno de nosotros. Quiere ayudarnos a salir de aquellas situaciones por las que estemos pasando, sea lo que sea. Él siempre nos concede el perdón de nuestros pecados, aunque una y otra vez hayamos vuelto a caer.
Roguémosles al Señor que nos conceda la gracia de reconocerlo en Jesucristo, nuestro Salvador, y que, al quedar liberados de toda incapacidad, tanto física como espiritual, podamos cantar siempre sus maravillas.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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