20 marzo, 2023

Martes III Tiempo de Adviento 

So 3, 1-2. 9-13
Sal 33
Mt 21, 28-32

Nos acercamos con premura a celebrar el misterio de la Navidad. Ya se comienza a respirar más este ambiente al contemplar los hogares decorados con luces de colores, con los árboles de navidad, los nacimientos, etc. Todos estos elementos nos envuelven y contagian. Pero no permitamos que nublen nuestra mirada, no permitamos que el estrés de estos días nos haga perder de vista este tiempo de gracia que estamos viviendo: el Adviento.

En nuestra historia personal, en nuestra relación con el Señor, los hombres tienden a tener dos posturas: aquellos que, por diversos motivos, no le hacemos caso y rechazamos su propuesta, o aquellos que, con emoción y confianza, aceptamos sus palabras y las ponemos en práctica. Esto es lo que nos presenta el día de hoy la liturgia de la Palabra.

Por una parte, el profeta Sofonías nos describe muy bien estas dos posturas: “No han escuchado la voz, ni han aceptado la corrección. No han confiado en el Señor, ni se han vuelto hacia su Dios”. Sin embargo, no solo se queda en esta postura, sino que nos presenta el otro lado de la moneda: “Aquel día, yo dejaré en medio de ti, pueblo mío, un puñado de gente pobre y humilde. Este resto de Israel confiará en el nombre del Señor”.

Del mismo modo Jesús, por medio de la parábola de los dos hijos, dirigiéndose a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, a aquellos que le daban la espalda, nos muestra el rechazo y la aceptación de Reino de Dios.

Ahora bien, un medio eficaz, que el hombre puede realizar para ser grato a los ojos de Dios y logre salvarse, será el de la humildad. En cambio, si el hombre, por el contrario, es soberbio, se perderá y perecerá por sí mismo. Podemos decir que la clave de todo esto se encuentra en el corazón.

Todos nosotros lo hemos experimentado en carne propia. Bien sabemos que el humilde es un hombre que tiene apertura, que se arrepiente y acepta a corrección del otro, que pone su confianza total en el Señor. En cambio, el soberbio, es completamente lo opuesto; es arrogante, cerrado, no está dispuesto a escuchar la voz de Dios, ni a aceptar sus errores.

Los textos litúrgicos que hemos meditado pueden adaptarse perfectamente a cada uno de nosotros. Los sumos sacerdotes y los escribas no quisieron escuchar a Dios por medio del Bautista, y por esa razón perdieron la oportunidad de llegar al Reino de los cielos. Se quedaron en su soberbia. Esto también nos puede suceder a nosotros, si optamos por conformarnos con lo mínimo, dándole la espalda a Dios.

El Señor lo quiere todo de nosotros. Él quiere que todos sus hijos se salven, que en su corazón exista el arrepentimiento y la apertura al cambio, que nos abandonemos a su misericordia, para así poder alcanzar la salvación. Todo esto debe devolvernos la esperanza. Por ello, es necesario abrirnos a la gracia del Padre, volver nuestro corazón a Él, darle todo.

En este tiempo de Adviento, renovemos llenos de gozo el llamado que Dios nos hace. Animémonos a trabajar en la viña del Señor. Seamos como aquel “resto fiel”, un pueblo lleno de humildad, que ha depositado su confianza en Dios, para así poder alcanzar el Reino de los Cielos.

Pbro. José Gerardo Moya Soto

Agregar comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

Nuevos