19 abril, 2024

 II Domingo de Pascua o 

Fiesta de la Divina Misericordia 


Hch 5, 12-16

Sal 117

Ap 1, 9-11a. 12-13. 17-19

Jn 20, 19-31



    Seguimos adentrándonos en este camino pascual, en donde no solo podemos experimentar el amor de Dios al haber entregado y resucitado a su Hijo por nosotros, sino que por medio de su misericordia nos concede perseverar en nuestro diario caminar.


    Resulta algo desconcertante contemplar a unos discípulos que están en su casa encerrados por miedo a los judíos. El temor paraliza al corazón del hombre, no le permite salir al encuentro de los demás. Jesús ya no está; el recuerdo de su Pasión alimenta su incertidumbre. Pero Dios nos ama y está a punto de cumplir lo prometido en el cenáculo: “No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes” (cfr. Jn 14, 18). Esta promesa no sólo es para aquellos hombres, sino que se hace actual también para nosotros.


    Como cambian las cosas cuando el Señor llega a la casa donde se encontraban los discípulos. De una situación de miedo y temor, se llenan de alegría. Jesús quiere entrar en nuestra vida, aun cuando las puertas se encuentren cerradas; el Maestro quiere estar en medio de nosotros, ofreciéndonos una paz que tranquiliza: “La paz esté con ustedes”.


    El famoso “Shalom” (deseo de paz), era un saludo muy común en tiempo de Jesús. pero hoy adquiere un nuevo significado, ya que produce un cambio interior en los apóstoles. Aquel saludo pascual hace que los discípulos superen todo temor. La paz que trae Jesucristo es aquella que había prometido durante su discurso de despedida: “La paz les dejo, mi paz les doy; no se las doy como la da el mundo. Que no se turbe su corazón, ni se acobarde” (cfr. Jn 14, 27). En este día de la Resurrección, el Señor nos da la paz plena que se convertirá en fuente de alegría, en certeza de su victoria sobre la muerte, en la confianza de apoyarse siempre en Dios.


    Jesús muestra las llagas de sus manos y de su costado como un signo que nunca se borrará. Este gesto tiene como finalidad confirmar que verdaderamente a resucitado: el Cristo que está en medio de ellos es una persona real, aquel mismo que había sido clavado en la cruz tres días antes. Y así los discípulos pueden captar el sentido salvífico de la pasión y muerte de su Maestro.


    Al reiterar el deseo de, “la Paz esté con ustedes” nos deja ver claramente que ya no se trata solo de un saludo, sino que se ha convertido en un don. Esta paz adquirida por Jesucristo nos deberá llevar al mundo, a salir de nuestro temor: “como el Padre me ha enviado, así los envío yo”. Jesús ya ha completado su obra en el mundo; ahora nos toca a nosotros sembrar en los corazones la fe. Por ese motivo, Cristo sopla sobre ellos el Espíritu Santo, para que puedan llevar a cabo la misión que les ha encomendado.


    Ahora bien, ¿por qué Tomás busca prueba para su fe? A todos nos gustaría que el Señor, después de su Resurrección, no nos dejara con dudas. En este discípulo se puede reflejar aquella humanidad que necesita contemplar a Jesús resucitado para poder creer. Cristo sigue mostrándose en medio de nosotros: por medio de su perdón, por medio de la Eucaristía, por medio de los Sacramentos. Lo único que falta es que tú vayas y lo presencies.


    También hoy Jesús Resucitado desea entrar en nuestra casa, en nuestro corazón para llenarnos de alegría, de paz y de esperanza. Sólo Dios puede correr aquellas piedras sepulcrales que el hombre pone sobre su propia existencia. Sólo Jesús puede darle sentido a nuestra vida, haciendo que el cansado reemprenda su camino triste, cansado y con miedo.


    Dejémonos encontrar por Jesús resucitado: Él siempre está vivo y presente en medio de nosotros, camina con nosotros. Confiemos en el Resucitado, que tiene el poder de dar la vida, de hacernos renacer como verdaderos hijos de Dios.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

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