Martes de la XIII semana Tiempo Ordinario
Am 3, 1-8: 4, 11-12
Sal 5
Mt 8, 23-27
En nuestro tiempo, se nos puede reprochar la manera en cómo vivimos, así como Amós le echa encima sus infidelidades al pueblo de Israel. Ciertamente que los israelitas eran duros y no querían convertirse al Señor, incluso al ver la suerte que sufrieron Sodoma y Gomorra.
Dios nos habla de muchas maneras, ya que quiere que volvamos nuestra mirada a Él, que nuestro corazón esté siempre inclinado a cumplir su voluntad. ¿No tendremos que escuchar los avisos y advertencia que Dios nos hace por medio de diferentes personas? El mismo profeta se lo dice al pueblo de Israel: “prepárate para encontrarte con tu Dios”.
¡Cuántas voces llegamos a escuchar día a día! Dios nos sigue llamando por medio de su palabra; sigue ejerciendo su misericordia a quien más lo necesita. ¿Si prestamos oídos a la voz de Dios? ¿Confiamos completamente en el Señor?
Confiar en el Señor no es tarea fácil. Hoy lo hemos visto en el Evangelio: estos discípulos suben en la barca. Pero conforme se iban adentrando al lago, comienza una gran tempestad. Aquí me gustaría señalar un aspecto: el estar en la barca con Jesús, no nos libra de las tempestades o travesías que hay a lo largo de nuestra vida.
La Iglesia a lo largo de estos XX siglos, ha sufrido de perturbaciones, de tempestades, de amenazas de naufragio. Nuestra propia vida ha tenido sus adversidades y dificultades: las fuerzas flaquean, las fuertes olas parecen hundir nuestra barca: parece que vamos a nuestra ruina. También nosotros necesitaríamos de esa llamada de atención que Jesús emplea a sus discípulos: “¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?
Si sabemos que Cristo está en nuestra barca, en nuestra vida, ¿por qué tenemos miedo? Es verdad: a veces parece que Jesús duerme, sin importar lo que nos pueda pasar. Podemos caer en la misma expresión de los discípulos: “Señor, ¡sálvanos, que perecemos!
La oración nos debe de conducir a poner nuestra confianza plena en Dios, el cual triunfará en la lucha contra el mal, ante las tempestades por las que podamos estar surcando. Despierta a Jesús como los discípulos. Dile como ellos: “Señor, sálvame, porque me hundo”. No tengas miedo, sino cree en todo lo que Dios sigue haciendo por ti. No estás sólo, el Señor está contigo siempre. Sólo confía en Él.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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