(Flavia Neápolis, c. 100 – Roma, c. 165) Apologeta y mártir del cristianismo. De origen pagano, se adhirió a diversas escuelas filosóficas hasta que la lectura de la Biblia le convirtió al cristianismo. En Roma enseñó que lo mejor de la filosofía pagana se inspiraba, a sabiendas o no, en la revelación mosaica y cristiana. La festividad de San Justino Mártir se celebra el 1 de junio.
Al parecer, Justino se convirtió al cristianismo en edad no temprana, después de haber buscado inútilmente en las diferentes escuelas filosóficas (estoica, peripatética, pitagórica y especialmente platónica) la respuesta a los problemas que planteaba a su espíritu el amor a la verdad. No se conoce con seguridad el año de su conversión, sobre cuyas circunstancias trazó en el Diálogo con el judío Trifón (escrito hacia el año 160).
Pero aunque ciertamente el fondo de dicho Diálogo no es histórico, pueden considerarse verdaderas las razones aducidas como causa de la conversión. Entre estas razones, Justino indica el haber comprobado la realización de las profecías (ante las palabras de un viejo misterioso encontrado por él a orillas del mar, explica, “se encendió en mi alma un fuego súbito y quedé presa del amor hacia los profetas, hacia estos amigos del Cristo… y encontré que esta filosofía era la única segura y útil”); pero no influyeron menos en su espíritu la elevación de la vida de los cristianos y de su doctrina, y sobre todo el valor y la serena alegría con que afrontaban el martirio.
Ya cristiano, Justino continuó cultivando la filosofía (algunos han supuesto que fue sacerdote) a la manera de Sócrates, es decir, sin la jactancia de los falsos filósofos o filósofos (como él los llama) “amantes del ruido, pero no de la sabiduría”, poniendo su palabra al servicio de la difusión de la fe y de la defensa de los cristianos “injustamente odiados y perseguidos”. Residió en Roma en dos ocasiones, y allí abrió escuela en su propia casa, según quedó recogido en las actas de su martirio: respondiendo al prefecto Rustico, que le preguntaba dónde reunía a sus discípulos, San Justino declaró: “durante todo este tiempo no he tenido otro lugar de reunión que mi casa. Si alguien se me acercaba, le comunicaba las palabras de la verdad”.
En defensa de la nueva religión, escribió hacia el año 150 dos apologías del cristianismo. En ellas, con un gran sentido de la medida (es su doctrina del “logos spermatikós”, por medio de la cual tendió un puente entre algunos filósofos griegos considerados como parcialmente poseedores del verbo y la posterior doctrina del cristianismo) y con espíritu de caridad e impávida decisión, se afirma la superioridad de la doctrina y de la vida cristianas. Ya en estas apologías expresa el autor la serena conciencia de lo que le espera cuando, después de haber narrado el martirio de algunos cristianos, afirma: “y yo también espero caer en alguna asechanza y ser clavado en un palo” (Ap., II, 8). Toda su vida fue, por lo demás, “una meditación del martirio”, tan abierta y convencida fue su predicación de la fe cristiana y firme su actitud frente a los adversarios de ella.
El martirio previsto, pero no temido, vino a sellar con sangre toda una vida empleada en la defensa y en la difusión de la fe, y ello por las maquinaciones, directas o indirectas, del filósofo cínico Crescente (a quien había demostrado en una controversia su ignorancia sobre las cosas cristianas), bajo la prefectura de otro filósofo, el estoico Junio Rustico, siendo emperador aquel Marco Aurelio que parecía más apto que cualquier otro para comprender la pureza de un alma grande. Se conservan las actas de su martirio, que San Justino afrontó juntamente con otros cristianos. El prefecto Rustico le preguntó con ironía: “¿Cómo? ¿Tú eres un sabio, y te imaginas que si te hago decapitar resucitarás y subirás al cielo?” “No me lo imagino -respondió Justino-, tengo la certeza absoluta de ello”. Toda su vida, desde la conversión hasta su fin, atestigua la sinceridad de tal convicción.
Las Apologías de San Justino Mártir
La tradición manuscrita nos ha legado dos de las diversas apologías del cristianismo que escribió San Justino. La más larga e importante lleva el título de Apología dirigida a Antonio Pío en favor de los cristianos. Otra, mucho más breve, se titula Apología dirigida al Senado Romano en favor de los cristianos, y, según la opinión de los críticos, era una especie de apéndice a la primera, añadido para una ocasión determinada (la condena del cristiano Tolomeo y de sus compañeros) o, sencillamente, la última parte de la primera, separada más tarde y enviada como obra aparte.
En la Apología dirigida a Antonio Pío, el autor defiende a los cristianos de las acusaciones que se les han dirigido, insistiendo sobre todo en demostrar la falsedad de las acusaciones de ateísmo y de enemistad hacia el Estado. Confuta después las doctrinas paganas, y proclama y defiende la verdad de la religión cristiana. La confutación del paganismo está basada en el sentido de la superioridad de la religión monoteísta y de los firmes principios morales del cristianismo y se dirige, por lo demás, sin orden lógico ni distinciones metódicas, contra los mitos populares ya combatidos por los mismos filósofos paganos; la defensa del cristianismo se apoya en la Sagrada Escritura y en la realización de las profecías, que son comentadas minuciosamente en todos los particulares de la vida de Jesucristo.
La teología de San Justino no es todavía profundizada orgánicamente, pero se hallan en ella intuiciones felices destinadas a un amplio desarrollo. No son muy claras sus ideas acerca de la Trinidad y la creación; mejor desarrollado está el concepto de la Encarnación: el Logos, al encarnar la humanidad entera, ha iluminado al mundo en todos los tiempos, dando a algunos grandes hombres (como, entre otros, a Sócrates, Heráclito, Abraham o el profeta Elías) la posibilidad de entrever algunas verdades.
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