Lunes de la XVI semana Tiempo Ordinario
Mi 6, 1-4. 6-8
Sal 49
Mt 12, 38-42
Miqueas, en el texto que hoy reflexionamos, nos plantea un tema importante: la necesidad de hacer memoria. Su exhortación es clara: invita al pueblo a recordar cómo la presencia de Dios lo ha acompañado en su camino hacia la tierra prometida.
Tener memoria nos hace tener presente que no hemos partido de la nada, sino que tenemos una identidad, un origen. No somos un pueblo que está vacilando o vagando en el universo. Dios nos ha brindado las coordenadas necesarias para conducir nuestras vidas y darle un sentido pleno.
Así como le sucedió al pueblo tras la represaría que hace el profeta, así nos debe de suceder a nosotros: debemos recobrar nuestro camino hacia Dios. Pero no desde nuestra comodidad o conveniencia, sino desde una escucha verdadera, ya que, una escucha verdadera de Dios nos librará de las concepciones erróneas y aumentará nuestra relación con Él.
El profeta Miqueas nos recuerda cómo debe de ser nuestra manera de ofrecerle un culto agradable a Dios: respeto e integridad de la vida, tener misericordia, ser sencillos y humildes, la alabanza que brota de un corazón arrepentido y reconciliado con Él, etc.
Por otra parte, nos encontramos a un Jesús que no desaprovecha una oportunidad para revelar la presencia de Dios y de su Reino. Ciertamente que Cristo no quiere gente interesada. Personas que intentan acomodarse un Dios a su medida o a su conveniencia. Jesucristo realizaba milagros no para llamar la atención, sino que tenia compasión con los que sufrían. Hacia todos esos gestos milagrosos para mostrar que Él era el enviado del Padre. El Maestro no quiere que nuestra fe se base únicamente en aspectos milagrosos o extraordinarios, sino más bien en “toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4).
Por nuestro bautismo tenemos la dicha de contar con el don de la fe. Para creer en Dios y su Hijo muy amado, no necesitamos acciones despampanantes o exóticas, sino que nos abandonamos completamente a la Palabra de Dios. No debemos de ser racionalistas o exigentes en demostraciones, como aquellos fariseos, que no creían sin ver algún signo de Jesús.
Nuestra fe es confianza de Dios, alimentada por medio de los sacramentos. La fe “es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a Él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido ultimo de su vida” (CEC 26).
El signo más grande realizado por Dios a su humanidad es el de haber enviado a su Hijo único al mundo. Por medio de su sacrificio, hemos recibido la gracia de su Palabra y de sus Sacramentos. No busquemos o esperemos un acontecimiento asombroso en nuestros días. Recordemos que Dios se manifiesta desde lo sencillo: un día más de vida, un consejo de un amigo, una palabra de aliento para quien sufre, un abrazo para el que llorar, etc. Abramos nuestros ojos para que podamos observar todos los signos que Dios hace por nosotros.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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