25 abril, 2024

Presentación del Señor

Fiesta

 

Hb 2, 14-18

Sal 23

Lc 2, 22-40

 

 

La fiesta de la Presentación del Señor en el templo, cuarenta días después de su nacimiento, pone ante nuestros ojos un momento particular en la vida de la Sagrada Familia: según la Ley, María y José llevan al niño Jesús al templo para consagrarlo al Señor. De esta manera, se da el primer encuentro de Jesús con su pueblo.

 

San Lucas menciona reiteradas veces que José y María querían cumplir lo que estaba prescrito por la Ley del Señor. Con esto, se entiende que los padres de Jesús tienen el amor por observar los preceptos de Dios, la alegría de caminar por la Ley del Señor. Unos recién casados, que han tenído un niño, y están totalmente animados por el deseo de cumplir la voluntad de Dios. En ellos contemplamos lo que dice el Salmo: “Mi alegría es el camino de tus mandamientos… tu Ley será mi delicia” (Sal 119, 14. 77).

 

Pero el evangelista no solo nos describe la actitud de este joven matrimonio, sino qué también habla de los ancianos Simeón y Ana. Lucas destaca que eran conducidos por el mismo Espíritu de Dios. De Simeón afirma que era un hombre justo y piadoso, que el Espíritu Santo moraba en él. De Ana nos dice que era una profetisa, es decir, que era inspirada por Dios; y ella estaba siempre sirviendo en el Templo. Así pues, estos dos ancianos, están llenos de vida, ya que están animados por el Espíritu Santo, están dóciles a su acción, se fían completamente en el Señor.

 

Es un encuentro entre los jóvenes esposos, llenos de alegría por cumplir la Ley del Señor, y los ancianos, llenos de vida por la acción del Espíritu Santo. Aquí se da una relación entre la observancia y la profecía, entre el cumplimiento de la Ley y la vida en el Espíritu por cumplir la voluntad de Dios.

 

A la luz de esta escena, miremos la vida como un encuentro con Cristo: es Él el que viene a nosotros, traído por José y María, y somos nosotros los que vamos hacia Él, conducidos por el Espíritu Santo. Jesús está en el centro, Él lo mueve todo: Él nos atrae al Templo, donde podemos encontrarlo, reconocerlo, acogerlo, alabarlo, amarlo.

 

La Presentación de Jesús en el templo contiene el símbolo fundamental de la luz; una luz que parte de Jesucristo, que se irradia sobre María y José, sobre los ancianos Simeón y Ana y, a través de ellos, a todos los demás. Este resplandor del Señor se puede relacionar con la vida espiritual de los hombres.

 

La Luz está con nosotros. ¿Qué ilumina? Ilumina las tinieblas de nuestro corazón las tinieblas de nuestra existencia. Es constante el esfuerzo que el hombre hace para abrirse camino y llegar a la luz. ¿Cuánto tiempo dedica el hombre para aclararse a sí mismo, para encontrar las respuestas a sus preguntas? Por sí mismo le resultará imposible. Pero no te preocupes, “las tinieblas pasan y aparece la luz verdadera” (cfr. I Jn 2, 8).

 

Pidámosle al Señor que sea siempre la luz que ilumine nuestro corazón: que nos conceda ser dóciles al cumplimiento de sus mandamientos; que nos llene siempre de su Espíritu Santo; que sea la luz que ilumine nuestras vidas para no caminar por cañadas oscuras.

 

 

Pbro. José Gerardo Moya Soto

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Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

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