Miércoles de la XI semana Tiempo Ordinario
II Re 2, 1. 6-14
Sal 30
Mt 6, 1-6. 16-18
El cristiano está llamado a una misión, la cual nos ha sido confiada por el Señor y, como hombres de fe, tenemos que llevarla a cabo. Como bautizados, tenemos que mostrarle al mundo lo que nuestro Dios nos ha confiado. Y ¿cómo podemos llevar a cabo esta encomienda dada por Dios? La respuesta la encontramos en el Evangelio: limosna, oración y ayuno. Estas obras de piedad que nos ha confiado el Señor, hechas con fe y amor, nos darán fuerzas para cumplir con aquello que se nos ha confiado.
Ahora bien, aunque sabemos que esas practicas de piedad nos ayudan a cumplir con nuestra misión, debemos tener muy en claro que no lo hacemos para ser gratos a los ojos de los hombres, sino para agradar a Dios: “Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres para que los vean. De lo contrario no tendrán recompensa con su Padre celestial”.
El mismo Jesús nos hace percatarnos de cómo debemos de obrar para darle gloria al padre y ser gratos a sus ojos, puesto que ese es el sentido de nuestra vida: agradar al Padre, complacer a Dios. El Catecismo de la Iglesia Católica nos lo recordará: “Dios creó todo para el hombre, pero el hombre fue creado para servir y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación” (CEC 558).
Cabría preguntarnos: ¿cómo podríamos agradar a Dios sin que los hombres nos vean cuando practicamos nuestras obras de piedad? No es que tengamos que escondernos de los hombres para que no nos vean, sino que se trata de dirigir nuestra intención a Dios. Lo importante aquí es no anunciarlo con trompeta, llamar la atención de los que nos rodean, sino ofrecerle esa obra al Señor de todo corazón. Ahora, si alguien te mira realizar esa tarea, no te preocupes, puede que tu testimonio lo edifique y lo impulse a hacer lo mismo que tú.
La fe en el Señor, no sólo nos lleva a creer en Dios, sino que nos impulsa a poner nuestra confianza en sus manos, nuestra propia existencia. Si nos sabemos amados y protegidos por el Padre, hemos de trabajar en el mundo con responsabilidad, con dedicación en lo que se nos ha confiado.
Pongámonos en las manos del Señor, roguémosle para que nos conceda la gracia de entrar en una relación de intimidad amorosa con Él por medio de la limosna, oración y ayuno, de tal manera que, revestidos de Cristo, demos testimonio de Él, buscando la gloria de Dios.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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