29 marzo, 2024

 Jueves Santo de la Cena del Señor

Ex 12, 1-8. 11-14

Sal 115

I Co 11, 23-26

Jn 13, 1-15

    “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, lo amó hasta el extremo”. Dios ama a su creatura, el hombre; lo ama a pesar de sus caídas y errores; nunca lo abandonará, ya que Él ama hasta el fin. Su amor se da hasta el extremo: se despoja de su condición divina y se viste de nuestra condición humana. Se arrodilla ante nosotros y desempeña el servicio del esclavo: lava nuestros pies sucios para ser admitidos en la mesa de Dios, para que nosotros mismos hagamos lo mismo con los demás.

    Dios no es un Dios lejano, no es distante de sus hijos. Dado que es grande, puede atender las cosas pequeñas. La santidad de Dios no es incandescente o inaccesible, ante la cual deberíamos de alejarnos aterrador. No; la grandeza de Dios está en su capacidad de amar y, por esto, es capaz de purificar y sanar toda herida.

    Dios se hace el servidor de todos y nos lava los pies para poder tener parte con Él. En este signo, se revela todo el misterio de Jesucristo. El baño con el que nos lava es su amor, dispuesto a afrontar la muerte, a entregarse por nosotros. Sólo el amor tiene la fuerza suficiente de limpiar nuestra impureza. El baño que nos purifica es Él mismo, dispuesto a entregarse totalmente por nosotros, aceptando el sufrimiento y la muerte.

    El amor de Dios continuamente nos está lavando. Por medio de los sacramentos de la purificación (el Bautismo y la Penitencia), Jesús se arrodilla ante nosotros, lavándonos de nuestros pecados, se hace el servidor, el esclavo de todos, con tal de purificarnos. Sin duda alguna el amor de Dios es inagotable, llega hasta el extremo.

    “Ustedes están limpios, aunque no todos”. Por desgracia, existe el misterio oculto del rechazo. Ciertamente el amor de Dios no tiene limites, pero el hombre cree que es capaz de ponerle un límite, una barrera. Esto sucede por medio del pecado, que nos hace creer y pensar que no necesitamos del amor de Dios.

    ¿Qué es lo que hace impuro al hombre? Rechazar el amor de Dios, el no querer ser y sentirse amado por Él, el no amar. La soberbia le hace creer que no necesita ser purificado, no le permite reconocer que necesita ser purificado, perdonado por Dios. Pero el Señor nos pone en guardia frente a la autosuficiencia. Nos invita a abandonarnos en la humildad, en la sencillez. Por su amor, nos invita a volver a casa, a entrar en comunión con Él.

    “Les he dado ejemplo para que también ustedes se laven los pies unos a otros”. ¿En qué consiste esto? Cada obra realizada por el prójimo es un servicio como el de lavar los pies. El Señor nos invita a bajarnos, a ser humildes, a tener bondad por todos. Lavarnos los pies unos a otros significa perdonarnos continuamente, volver a comenzar juntos. Significa purificarnos unos a otros soportándonos, aceptándonos: amándonos los unos a los otros como Dios nos ha amado.

    El Señor nos purifica, nos limpia de nuestros pecados. Por eso, acerquémonos a la mesa del Señor. Pidámosle que nos conceda la gracia de poder lavar los pies a nuestros hermanos, de ponernos a su servicio, de amar como Él lo ha hecho: hasta el extremo.

Pbro. José Gerardo Moya Soto

Agregar comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

Nuevos