18 abril, 2024

 IV Domingo de Cuaresma Ciclo “C”

Jos 5, 9a. 10-12

Sal 33

II Co 5, 17-21

Lc 15, 1-3. 11-32

    En este cuarto domingo de Cuaresma, llamado el domingo “Laetare”, es decir, “Alégrate”, la liturgia nos invita a alegrarnos porque se acerca la Pascua, el día de la victoria de Cristo sobre la muerte y e pecado. Pero, ¿en dónde radica el manantial de esta alegría cristiana sino en la Eucaristía, que es el lugar donde el Señor nos ha dejado el alimento espiritual, mientras somos peregrinos de este mundo?

    Dentro de este itinerario cuaresmal, el Evangelio nos presenta la parábola del “hijo prodigo” o como últimamente la hemos mencionado, la parábola del “padre misericordioso”. En este relato, se nos presentan algunas características del padre. Por ejemplo: él es un hombre que está siempre preparado para perdonar, que espera contra toda esperanza. Algo que nos sorprende es la tolerancia que tiene ante la decisión del hijo más joven de irse de su casa: podría haberse opuesto, retenerlo sabiendo que aún era inmaduro, o retener la herencia, puesto que aún está vivo. Sin embargo, le permite marcharse, aún sabiendo los riesgos posibles que vivirá. Del mismo modo Dios obra con nosotros: nos deja libres, para que elijamos qué camino queremos surcar en nuestra vida.

    A pesar de que el hijo se marcha, esa separación solo es física, ya que el padre lo tiene siempre presente en su corazón; espera con total confianza su retorno, jamás pierde la esperanza de volver a verlo; permanecía atento a la entrada de su hogar para ver su algún día su hijo volvía. Al ver que eso sucede, se conmueve entrañablemente, corre a su encuentro, lo besa, lo abraza, se llena de alegría. ¡Cuánto amor! ¿Cuánta alegría! El hijo había hecho cosas muy graves y, sin embargo, el padre lo acoge así, lo recibe con total amor.

    Del mismo modo el padre ama al hijo mayor, que siempre ha permanecido junto a él, que se siente indignado, protestando su comportamiento para con su hermano. Aunque el hermano mayor no siente la misma alegría del padre por recobrar a su hijo, el padre no deja de amar entrañablemente al hijo mayor. Incluso, nos dice el Evangelio, que el padre sale junto a él al no querer entrar a la fiesta de su hermano. Le recuerda que todo cuanto tiene, es suyo, pero que lo invita a la alegría de su hermano, que finalmente a regresado a la casa, que ha vuelto a la vida.

    La figura del padre de esta parábola nos desvela el corazón de Dios. Él es el Padre misericordioso que en Jesús nos ama más allá que cualquier cosa, que espera pacientemente nuestra conversión cada vez que nos equivocamos he decidimos andar por otros caminos; espera nuestro regreso cuando decidimos alejarnos de Él pensando que podemos prescindir de Él; está siempre preparado para abrirnos sus brazos llenos de amor. Del mismo modo que el padre del Evangelio, Dios continúa considerándonos sus hijos cuando nos hemos perdido y sale a nuestro encuentro con la alegría de haber regresado a Él.

    En este tramo aún restante de la Cuaresma, estamos llamados a intensificar nuestro camino interior de conversión. Por ello, es necesario dejarnos alcanzar por la mirada llena de amor de nuestro Padre y volver a Él de todo corazón, dejando atrás todo aquello que nos aparta de su magnánimo amor. Que el Señor nos conceda la gracia de volver siempre a Él.

Pbro. José Gerardo Moya Soto

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Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

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