Lunes de la XV semana Tiempo Ordinario
Is 1, 10-17
Sal 49
Mt 10, 34- 11, 1
Isaías se convierte en un portavoz del Señor, el cual les echa en cara sus infidelidades. Recordemos que Dios es como un padre: nos muestra su amor y ternura, pero también nos corrige y llama la atención cuando no estamos cumpliendo con lo que nos toca.
El Señor no está conforme con el culto ofrecido por el pueblo: “estoy harto de los sacrificios y holocaustos vacíos”. Parece una crítica muy feroz a su manera de celebrar la liturgia, puesto que sólo se basaba en ritualísmos o cuadraturas. Pero no es así: lo que Él rechaza es las celebraciones protocolarias y sin sentido, un culto hecho de dientes para afuera, un corazón vacío al realizar su ofrenda.
Por esa razón, Dios nos ofrece un remedio claro: “purifíquense, aparten de mí sus malas acciones, dejen de obrar el mal, busquen la justicia, defiendan al oprimido, sean abogado del huérfano, defiendan a la viuda”. Una vez más, el Señor se solidariza con los débiles y oprimidos.
No podemos engañar al Señor con oraciones y ritos si nuestro trato con los demás es injusto o desinteresado. El culto que celebramos no puede ser participe de nuestras fallas o cómplice de nuestra pereza. Cabría preguntarnos entonces: ¿nuestros Sacramentos no serán vacíos, puras palabras o gestos? Tenemos que aprender a vivir y participar en ellos de una manera plena, consciente y activa, no sólo verlos como ritos repetitivos.
Probablemente estas palabras nos resulten un poco ofensivas y nos saquen de nuestra zona de confort. No olvidemos lo que Jesús nos dice en el Evangelio: “no he venido a traer paz, sino espada y división”. Con esto no queremos decir que Cristo se decide de las recomendaciones de paz que ha hecho. Más bien lo que está afirmando es que seguirlo y cumplir sus preceptos, traerá violencia a nuestra vida: espadas, divisiones, renuncia a ciertas cosas en la vida.
La fe, si es coherente, no nos puede dejar en paz. Nos pondrá ante opciones decisivas en nuestra vida. Ser seguidores del Señor no es fácil y supone renunciar a tentaciones en los negocios, en la escuela, en la vida matrimonial, en practicar un culto vacío, en ser indiferentes ante el prójimo, etc.
Aprendamos a seguir las recomendaciones que nos hace Jesús al enviarnos a predicar la Buena Nueva. Al final de nuestra vida, resultará que las cosas se deciden por pequeños detalles entrañables: dar un vaso de agua, una palabra de aliento a quien más la necesita, compartir el pan con el que tiene hambre, rezar con un corazón contrito al Señor, participar activamente en misa, etc.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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