16 abril, 2024

 Jueves de la octava de Pascua 


Hch 3, 11-26

Sal 8

Lc 24, 35-48



    Todo acontecimiento milagroso que se realizaba en la primera comunidad tenía como finalidad mostrar la presencia de Jesús en medio de los suyos. Estas acciones servían para predicar el mensaje de salvación a todo el pueblo. 


    Pero ¿por qué el hombre se asombra más de lo efímero que de lo eterno? ¿Por qué la persona ve más el milagro que escuchar el mensaje de salvación? ¿Por qué la humanidad ve más lo negativo de una situación que ha vivido en vez de contemplar la enseñanza que esa realidad le puede traer? Admirémonos de la presencia de Dios en nuestra vida, de todo lo que Él obra en nosotros, pero no solo en lo externo (milagros), sino en lo interno (en su Palabra). 


    El paralítico no se despegaba de Pedro y Juan. El hombre que había sido curado veía algo en ellos, algo diferente: su plena confianza en la predicación del anuncio del Resucitado. Y es que ellos no sólo se quedaron con la curación milagrosa que Dios había hecho en el paralítico, sino en todo lo que el Maestro seguía haciendo por su pueblo. Estos discípulos tenían su plena confianza en la Palabra de Jesús y, por ende, lo testificaban con su vida y predicación. También nosotros estamos llamados a ser ejemplo de los que nos rodean, testimonio de verdad con los que nos tratan, servidores de quienes más lo necesitan.


    Son tiempos difíciles los que vivimos, pero la invitación de Jesús sigue siendo la misma: “No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior?”. Jesús nos sigue dando su paz: “La paz esté con ustedes”. Que esta paz reine en nuestros corazones, para poder enfrentar toda adversidad que se presente en nuestra vida.


    Armémonos de valor para poder seguir siendo testigos de su Resurrección, para afrontar toda dificultad que estemos viviendo, para ser instrumento dóciles de su palabra. Dejemos de dudar y creamos en aquel que con su muerte nos ha dado vida.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

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