San Simón y San Judas Tadeo, Fiesta
Ef 2, 19-22
Sal 18
Lc 6, 12-19
La liturgia nos invita a celebrar la memoria de los apóstoles Simón y Judas. En la lista de los apóstoles, que nos presenta el Evangelio de hoy, no había grandes teólogos, ni expertos en diferentes lenguas, ni sabios según los criterios del mundo. Mas bien era una lista de gente sencilla, limitada, que deberá ir aprendiendo poco a poco lo que supone ser seguidor de Jesús.
San Pablo, dirigiéndose a los efesios, nos recuerda cuál es nuestra identidad: nosotros, por encima de pertenecer a una nación, a un pueblo, a una región, somos del “pueblo de Dios” y, más aún, somos de la gran “familia de Dios”. Dios nunca se desatiende de nosotros, Él quiere entrar en nuestra vida y nos invita a todos a vivir una amistad, a formar parte de su pueblo.
El Señor no tiene nada que ver con los jefes y reyes de la tierra, que con mucha frecuencia tiranizan a sus súbditos y quieren que todos los sirvan. Nada que ver con eso. Dios nos invita, constantemente, ni mas ni menos a formar parte no solo de su pueblo, sino de su familia santa. Él nos ofrece el regalo de su propia vida divina. No nos ve como vasallos, sino como sus hijos.
Por ende, la relación que pueda darse de Dios con nosotros ya no será como la de un siervo que cumple las ordenes de su señor, sino que más bien se dará en nosotros una relación de padre e hijo, donde debe de imperar el amor.
Ahora bien, en este proyecto que Dios tiene para con toda la humanidad, se ha valido de su Hijo muy amado: “Tanto amó Dios al mundo que le envío a su propio Hijo…” (Jn 3, 16). Cristo desgastó su vida para llevar a cabo el proyecto de Dios sobre nosotros y formar así la gran familia de Dios.
Para muestra, basta un botón. Cristo, en su estancia por este mundo, para difundir y propagar esta gran noticia de que somos pueblo de Dios, eligió a un grupo de amigos más cercanos, a los que llamó apóstoles, para que ellos pudieran continuar con su obra y fueran testigos de esto, y así ir difundiendo a todos los hombres el proyecto que Dios tiene para la humanidad.
“Jesús escogió a doce de entre ellos y los nombró apóstoles”. Llamó a Simón y a Judas, para que, al igual que Él, dedicaran sus vidas a difundir la Buena Nueva al mundo.
Simón recibe por sobrenombre “el Zelota”, puesto que él era un hombre apasionado, era celoso por cuidar lo que le pertenecía. Por otra parte, Judas Tadeo, es llamado así por la unión de dos nombres: Mateo y Marcos lo llaman “Tadeo”, mientras que Lucas lo llama “Judas de Santiago”. De este último se desconoce su procedencia, pero su nombre significa “magnánimo”.
Esto nos da una gran enseñanza: Jesús llama a sus colaboradores más cercanos de diversos estatus sociales o religiosos, ya que Él no hace exclusión, no se fija en las personas o en las etiquetas que la sociedad les adjudicaba.
Es demasiado gratificante contemplar este grupo de apóstoles elegidos por Jesucristo, que, a pesar de que son tan diferentes, lograron convivir juntos, superando las dificultades y adversidades que existían entre ellos. Sin duda alguna, un gran motivo de adhesión lo fue Jesús, en el cual, todos permanecen unidos. Esto nos deja una gran lección: tenemos que aprender a superar las diferencias y contraposiciones que existen entre la comunidad, puesto que el mismo Jesús nos está llamando a ser una verdadera comunidad de vida, un pueblo santo, la gran familia de Dios.
Pidámosle al Señor, por intercesión de San Judas y de Simón, que nos ayude a redescubrir la alegría de vivir la fe cristiana y nos conceda vivir como una verdadera comunidad de vida y amor.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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