27 julio, 2024

Jueves I Tiempo de Cuaresma

 

Est 14, 17k. 1-z

Sal 137

Mt 7, 7-12

 

 

El día de hoy la liturgia de la Palabra nos ofrece una práctica sumamente importante en la vida del cristiano: la oración.

 

En la primera lectura contemplamos a la reina Ester, la cual es figura del pueblo de Dios en medio de las adversidades. De ella, desamparada, expuesta a la violencia de los poderosos de su tiempo, sostenida únicamente por la confianza que tiene en el Señor, brota una bella oración: “Señor mío, único rey nuestro, ven en mi ayuda, que estoy sola y no tengo otro defensor más que Tú”.

 

El libro de Ester no pertenece a un género histórico, sino que más bien está escrito con una intención religiosa y espiritual: animar a los lectores de cualquier época a depositar su confianza en Dios, ya que Él siempre está dispuesto a ayudarnos en nuestras luchas cotidianas contra el maligno.

 

Ester, en su oración, reconoce ante todo lo grande que es el Señor y la cercanía que ofrece al pueblo que se ha elegido como suyo. Pero no únicamente reconoce la grandeza de Dios, sino que, además, reconoce que “han pecado contra Él” y que han “dado culto a otros dioses”. Por ese motivo, no duda en pedir, una vez más, que los siga protegiendo. La oración de Ester es humilde y de confianza. De hecho, está página del Antiguo Testamento, nos prepara para poder entender y reflexionar en las afirmaciones que Jesús hace en el Evangelio.

 

En el Evangelio podemos observar a un Jesús que nos invita a la oración: “pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá”. Estas palabras son muy significativas, ya que quieren expresar la relación que existe entre el hombre y Dios.

 

La oración de Ester fue escuchada y el mismo Jesús nos asegura que nuestra oración nunca dejará de ser escuchada por su Padre. Esto nos debe de llevar a pensar que, aunque en ocasiones no obtenemos lo que pedimos, nuestra oración debe tener otra clase de eficacia. Ya lo decía San Agustín: “Si tu oración no es escuchada, es porque no pides como debes o porque pides lo que no debes”. Un padre no siempre concede a su hijo lo que le pide, ya que él sabe que no le conviene. Pero sí lo escucha y le da “cosas buenas”, le concede lo que verdaderamente le hará bien. Así también es Dios en nuestra vida: nos da lo que nos conviene.

 

Nuestra oración no es la palabra final, sino que más bien es la respuesta a la oferta de Dios, ya que Él se adelanta a nuestro bien, más que nosotros mismos. Cuando nuestra oración es eficaz es porque nos pusimos en sintonía con Dios, nos identificamos con su voluntad.

 

En Jesús tenemos un ejemplo: Él pidió ser liberado de la muerte. Y dice la Carta a los Hebreos que “fue escuchado”. Parecería que no es cierto, puesto que Jesucristo murió en la cruz. Sí, es cierto, pero después fue liberado de la muerte, entrando en una nueva existencia de Señor Glorificado. En ocasiones, la manera en la que Dios escucha nuestra oración se da de una manera muy misteriosa.

 

Así como decía el Salmo, “cuando te invoqué, me escuchaste”, que así sea siempre nuestra oración: un dialogo que se abandona completamente a la voluntad de Dios, sabiendo que Él siempre nos dará cosas buenas. Confía en tu oración, siempre es escuchada por el Padre.

 

 

Pbro. José Gerardo Moya Soto

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Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

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