12 diciembre, 2024

 Jueves XXVIII semana Tiempo Ordinario

Rm 3, 21-30
Sal 129
Lc 11, 47-54

    Todos somos pecadores y todos hemos sido salvados gratuitamente. Esto lo ha ido repitiendo San Pablo: “Por la fe en Jesucristo viene la justicia de Dios a todos los que creen, sin distinción alguna”.

Como ya hemos venido contemplando estos días pasados, en la comunidad de Roma existía una clase de tensión entre aquellos que procedían del judaísmo y los del paganismo. Podemos decir que, ni los paganos tienen motivos para perder la esperanza, ni los judíos de enorgullecerse. Todos han pecado y a todos el Señor les ofrece la salvación gratuitamente.

San Pablo no se cansará de decirnos que no es la Ley de Moisés la que nos salva, sino que ha sido Jesucristo y la fe que se deposita en Él. A primera vista, esto no parecería problema para los cristianos de nuestro tiempo, sim embargo, puede ser que exista el peligro de caer en una tentación equivalente. ¿Nos sentimos superiores a otros por nuestra condición de cristianos?

También nosotros debemos experimentar y sentirnos perdonados por Dios, ya que Él nos ha salvado gratuitamente por amor. La salvación no se compra a base de buenas obras, de actos buenos. Es cierto, tenemos que realizar esas tareas, pero no las hacemos con la finalidad de pagar la salvación. Todo lo contrario, las realizamos porque estas acciones nos ayudan a enfocar nuestra fe en el Señor y permanecer confiados en Él y en todo lo que nos da.

Contemplar la salvación como un don, una gracia y un regalo de parte de Dios, nos ayuda a ser más humildes en la presencia de Dios, sabiéndonos salvados por la sangre de su Hijo amado, el cual ha donado su vida por amor. Esto también ha de llevarnos a ser más tolerantes con los demás y no creernos superiores a nadie por pertenecer al rebaño del Señor.

El Apóstol quiere recordarnos que nuestra justificación, nuestra salvación, proviene de la fe depositada en Cristo, dejarlo ser el dueño y señor de mi corazón, de permitirle guiar y custodiar la vida toda, llevándome a realizar las mismas obras que Él hizo. Lo nuestro es la fe en Cristo, es aceptar la amistad gustosa que nos brinda.

Por ese motivo, Jesús es muy valiente, ya que desenmascara las actitudes de los dirigentes de su época. Los fariseos y doctores de la ley se creían más que el pueblo. Muchas veces pensaban que, por el simple hecho de ser los que dirigían al pueblo, ya les deba el derecho de ser mejor que los demás.

Esto viene a ser un riesgo latente en la vida del creyente: aquellos que piensan que, porque se les ha encomendado una tarea especial, alguna coordinación de algún ministerio, algún encargo especial, pueden creerse superiores a los demás, están nublados y caen en la trampa.

El Maestro se lamente de nosotros si seguimos sumergidos en esta actitud de superioridad ante los demás. No somos mejores o mayores que los otros, sino mas bien, cada uno deberá explotar lo que Dios ha instaurado en su corazón y confiar plenamente en que Él nos sostiene con su gracia y su amor.

Hoy sería un buen día para reflexionar sobre nuestro ser cristiano: ¿me creo superior a los demás por el simple hecho de ser católico? ¿Creo que tengo que cumplir la ley de Dios como una especie de paga por la salvación que he recibido de Dios? ¿Sigo viendo a los demás como personas inferiores porque a mí se me ha confiado alguna encomienda especial? No caigamos en la trampa, puesto que esto lo único que hará será apartarnos del amor del Padre.

Cuidemos nuestro corazón, nuestros pensamientos y nuestras acciones. Abandonémonos plenamente a la misericordia de Dios y dejemos que ésta nos siga guiando en nuestro diario vivir.

Pbro. José Gerardo Moya Soto

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Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

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