Lunes XXX semana Tiempo Ordinario
Rm 8, 12-17
Sal 67
Lc 13, 10-17
Por medio del bautismo hemos recibido el Espíritu Santo. Este gran regalo de parte de Dios nos recuerda que somos hijos de Dios y que Dios es nuestro Padre. Ahora bien, sí somos hijos de Dios, somos hijos del amor, de la verdad, de la justicia, de la misericordia… y, como tales, tenemos que vivir y caminar por la senda que el Señor nos marca.
Si aprendemos a ser hijos y nos portamos como es debido, podremos degustar con plenitud del amor del Padre, viviendo plenamente en este mundo, pero anhelando y deseando las realidades eternas. El experimentar cotidianamente el amor de Dios nos hace seguir viviendo total y exclusivamente para Él.
Si aún no hemos logrado vivir como Él nos lo pide, es porque no le hemos permitido al Espíritu Santo obrar en nosotros. Ciertamente que todo bautizado tiene en sí el Espíritu de Dios, pero si no lo dejamos trabajar, si no le permitimos que realice las obras de nuestro Padre, no podremos andar por los caminos que Él quiere para nosotros.
Nuestra confianza debe de estar depositada completamente en el Señor. Hemos de tener la seguridad de que nuestro Padre nos ama y que Él no aleja su mano de nosotros, aún cuando muchas veces somos nosotros los que nos separamos de sus designios. Si te has perdido, si en algún momento de tu vida te alejaste de Dios, vuelve a Él, puesto que te espera siempre con los brazos abiertos para abrazarte, para acogerte, para perdonarte y seguir ofreciéndote su amor incondicional.
San Agustín, siendo un cristiano converso, alguien que había vivido en una vida desenfrenada y por la oración de su madre, Santa Mónica, se convirtió al cristianismo, resumía sus enseñanzas con una muy conocida frase: “Ama y haz lo que quieras”. Y acertó, ya que Dios es lo que hace por nosotros, es lo que Jesús hacía por las multitudes y todos aquellos que lo necesitaban.
El Maestro, Jesús, se dejaba guiar siempre por el amor, el gran amor que tiene para con todos. ¿Cómo no devolverle la salud a la enferma que el Evangelio hoy nos presenta, aun cuando sea sábado? ¿Cómo no restablecer en ella la salud, la paz y el perdón que tanto añoraba? Jesús no se dejaba guiar por las cargas pesadas de los fariseos, sino que toda su vida se dejo guiar por el amor.
Y no solo amaba a los más vulnerables y necesitados, sino que también amaba a sus detractores. Les explicaba que, aquello que había hecho, lo había realizado para que también ellos lo hicieran, para que ellos lograran amar en sábado, en domingo, siempre.
Jesús les enseña que no deben de enfrascarse únicamente en sus necesidades (“¿Acaso no desata cada uno de ustedes su buey o su burro del pesebre para llevarlo a abrevar, aunque sea sábado?”), sino que tienen que ir más allá, pensar también en el prójimo (“Y a esta hija de Abraham, a la que Satanás tuvo atada durante dieciocho años, ¿no era bueno desatarla de esa atadura, aun en día de sábado?”).
El amor y el perdón ¿tienen un tiempo para realizarse? Mas bien me parece, como el Señor nos lo muestra, todo momento y toda circunstancia es apropiada para amar y perdonar. Pensemos: ¿cuántas oportunidades tenemos día con día para amar y recibir el perdón? Dejemos que el amor del Padre convierta nuestro corazón y nos lleve a amar como Él nos ama y a perdonar, como Él nos perdona.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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