26 julio, 2024

 Jueves I Tiempo de Adviento 

Is 26, 1-6

Sal 117

Mt 7, 21. 24-27


    En la antigüedad, para tener una ciudad fuerte y segura, debía de estar construida sobre roca, rodeada por grandes murallas y torreones, sus puertas tenían que ser fuertes, etc. Una ciudad con estas características era garantía de paz y de victoria.


    Es por ese motivo que el profeta se vale de esta imagen para anunciarle al pueblo que puede y debe confiar en el Señor. Dios es nuestro refugio y fortaleza, Él es nuestra muralla y nuestras torres, la roca, lo que hace fuerte a nuestra ciudad.


    En nuestra vida siempre acertaremos si ponemos nuestra confianza en el Señor: “mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres”. Cuando uno confía en Dios puede cumplir sus mandatos, es capaz de observar la lealtad del Señor, es feliz: “su ánimo está firme y mantiene la paz”.


    En cambio, los que confían en las murallas y se sienten fuertes, tarde o temprano se llevaran un desengaño. No nos engañemos: nuestra roca es el Señor. En Él debe de estar puesta nuestra confianza y seguridades. Por eso Jesús, en el Evangelio que hoy hemos meditado, nos sigue motivando a edificar sobre roca firme.


    ¿Cómo estamos construyendo el edificio de nuestra vida, de nuestra persona, de nuestra comunidad, de nuestro futuro? La imagen que se emplea en las dos lecturas de hoy debe de interpelarnos en este tiempo de Adviento, no sólo para darnos cuenta en que tipo de superficie construimos, sino para reorientarnos y poner cartas en el asunto.


    Si en la edificación de nuestra propia persona o de la comunidad nos fiamos únicamente de nuestras propias fuerzas, nos estaremos exponiendo a la ruina. Por ejemplo, si una amistad se basa únicamente por intereses, o una relación amorosa se centra solo en un romanticismo, o si una espiritualidad es dirigida por una moda, esto sería construir sobre arena. Aparentemente parece una construcción muy hermosa, pero es vana ilusión. A la menor brisa que choque contra aquella, la derrumbará.


    Debemos de construir sobre la Palabra de Dios, la cual es escuchada y aceptada desde lo más profundo de nuestro corazón. Podemos decir que seremos buenos arquitectos si en nuestros proyectos de vida volvemos constantemente nuestra mirada hacia Él, hacia su Palabra.


    No sólo se trata de decirle, ¡Señor, Señor!, sino en esforzarnos por cumplir su voluntad; no únicamente nos contentemos con escuchar su Palabra, sino que tratemos de que sea Ella el criterio en nuestro obrar. Si hacemos esto en nuestra vida tendremos cimientos y murallas que nos protejan de nuestros enemigos.


    Que el Señor nos conceda poner siempre nuestra confianza en Él, para que así podamos construir nuestra vida en la sólida roca de nuestra fe, que es Jesucristo, nuestro Salvador.


Pbro. José Gerardo Moya Soto

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Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

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