26 julio, 2024

 Miércoles de la tercera semana de Pascua 


Hch 8, 1-8

Sal 65

Jn 6, 35-40



    Quien no está familiarizado con el modo de actuar del Espíritu Santo (en ocasiones de una manera tan extraña), podría pensar negativamente de nuestra fe, al grado de externar: primero mataron a Jesús, después apresaron y azotaron a los apóstoles, lapidaron a Esteban y ahora persiguen a la primera comunidad cristiana. No se alcanza a ver muy bien la mano de Dios que asiste a su pueblo. Sin embargo, el creyente sabe que “en todo interviene Dios para bien” (Rom 8, 28). Si permitió esa persecución, fue para que esos cristianos anunciaran la Buena Nueva en otras ciudades: “los que se habían dispersado, al pasar de un lugar a otro, iban difundiendo el Evangelio”.


    En este caso, se advierte claramente aquel refrán: “no hay mal que por bien no venga”. En la óptica de Dios, lo que aparentemente se ve como decepción, en realidad puede convertirse en una gran bendición. La muerte de Cristo parece que terminó en un fracaso, pero al tercer día, Dios lo resucitó y con ello lo exalto sobre todo nombre. Después de una persecución, la predicación se fue difundiendo por todas las ciudades. 


    Ahora bien, esta realidad no es fácil de poder asimilar por nuestra propia cuenta, necesitamos de Jesús. Lo hemos contemplado en el Evangelio: “el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed”. Necesitamos estar cerca del Maestro, saciarnos de su Palabra, dejarnos tocar por su Amor. Al vivir en medio de alguna particularidad (alguna tribulación, algún momento cabizbajo), mantengámonos firmes en la fe y dejar a Dios obrar. Ya veremos que, con el tiempo, estos sentimientos que albergan el corazón, tristeza, enojo, frustración, etc., se convertirán en fuente de alegría y salvación.


    Hermanos, no nos vaya a pasar que, al contemplar la realidad, dudemos del poder de Dios: “me han visto y no creen”, puesto que “la voluntad del Dios es que no se pierda ninguno”. Dios pone en el corazón del hombre el deseo de ir a Jesús. Ahora somos nosotros los que debemos de caminar hacía Él por medio de la oración, de los sacramentos, reflexionando la Sagrada Escritura, etc., ya que, a mayor fe, se espera una respuesta más grande de todo creyente. 


    Que el Señor nos conceda mirar cómo Él mira; que comprendamos como Él lo hace; que tengamos un corazón como el suyo, capaz de experimentar la realidad con sus mismos sentimientos. Señor, permítenos permanecer en paz mientras está la adversidad, puesto que es ahí donde más claramente se manifiesta tu presencia salvadora.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

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