26 julio, 2024

Jueves II Tiempo de Adviento 


Is 41, 13-20

Sal 144

Mt 11, 11-15


Seguimos avanzando en este tiempo del Adviento. Hoy, en la primera lectura, contemplamos un monólogo del Señor. En él comprendemos que Dios elige a su pueblo no porque fuera una gran o poderosa nación, sino porque era el más insignificante y pequeño de todos.


Dios se ha enamorado de esa miseria, se ha cautivado precisamente de su pequeñez. En ese discurso podemos contemplar su ternura, el amor tan magnánimo que tiene por los suyos, como el amor del padre o la madre cuando hablan con el hijo cuando se encuentra en momentos difíciles y lo tranquiliza: “Te agarro de la mano, no temas, yo mismo te auxilio”.


Todos, en algún momento de nuestra vida, hemos recibido la caricia de nuestros padres, ya sea que nos encontremos inquietos, desconcertados o tristes. Por eso el Señor nos dice: “No temas, yo estoy aquí”; “yo me he enamorado de tu pequeñez, de tu nada. No temas por tus pecados, ¡te quiero tanto!; y estoy aquí para perdonarte” (Papa Francisco). Esa es la misericordia de Dios, ese es el gran amor que tiene para cada uno de nosotros.


Hace mucho tiempo había un santo que hacia infinidad de penitencias. Pero el Señor siempre le pedía más. Le solicitó tanto que un día el santo le dijo: “ya no me queda nada más que darte, nada más que ofrecerte”. A lo que Dios respondió: “Dame tus pecados”. 


Dios quiere cargar sobre sí nuestras debilidades, nuestros cansancios, nuestros pecados. Ya ayer lo contemplábamos en el Evangelio: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt. 11, 28). El Señor nos sostiene, nos invita constantemente a no tener miedo. Él es nuestra fuerza: “Dame todo y yo te perdonaré, te daré la paz”.


Esa es la manera en la que Dios acaricia el corazón, esa es la manera en la que nos muestra su amor de Padre, cuando manifiesta en nosotros su misericordia. En nuestra vida, cuando las cosas no van del todo bien, nos ponemos nerviosos, nos impacientamos de no encontrar una pronta o clara respuesta a la situación que estamos viviendo. Pero el Señor nos dice: quédate tranquilo; has metido la pata, te has equivocado, sí, pero quédate tranquilo; no temas, yo estoy contigo, yo te perdono.


Es por eso lo que respondíamos en el Salmo: “El Señor es clemente y misericordioso”. Nosotros somos incapaces, somos tan pequeños que no lograremos salir de la esclavitud del pecado por nosotros mismos. Dios lo da todo, lo único que nos pide es nuestra miseria, nuestra pequeñez, nuestros pecados, para así poder experimentar su abrazo, las caricias de su amor incondicional.


Que el Señor nos ayude a despertar en cada uno de nosotros la fe en esa paternidad, para que así, podamos acudir a Él con sencillez y humildad, confiando plenamente en su misericordia y abandonarnos en su infinito amor.


Pbro. José Gerardo Moya Soto

Agregar comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

Nuevos