29 marzo, 2024

Martes VI semana Tiempo Ordinario

 

St 1, 12-18

Sal 93

Mc 8, 14-21

 

 

Todos, en algún momento de nuestro existir, nos hemos encontrado con diferentes pruebas, las cuales buscan sacar lo mejor de nosotros. Sí: un cristiano, ante un desafío que se le presenta, puede mostrar perfectamente tanto su fuerza de voluntad, como la gracia de Dios que lo sostiene en dicha batalla.

 

Ahora bien, puede existir el peligro de que las personas piensen: ¿por qué Dios tienta a los cristianos? De ninguna manera. Dios no tienta absolutamente a nadie, ni inclina a ninguna persona a cometer el mal.

 

Es cierto, tendemos a decir con mucha frecuencia de que Dios es el que envía tal o tales pruebas, pero nunca lo decimos de las tentaciones. De hecho, ante esta realidad, somos nosotros mismos los que buscamos las tentaciones, ya que muchas veces no sabemos como defendernos de las seducciones del maligno.

 

Un cristiano, ante estas tentaciones que suelen salir en nuestro paso, no tenemos porque culpar a Dios ni a ningún factor externo. De hecho, la tentación generalmente viene de nosotros mismos, como lo ha dicho Santiago: “A cada uno le viene la tentación cuando su propio deseo lo arrastra y lo seduce.

 

Ahora bien, aunque la tentación constantemente nos esta asechando, de Dios nos viene la fuerza de poder afrontarla. Podemos estar completamente seguros de que el Señor nos sostiene, como lo hemos meditado en el Salmo de este día: “Cuando me hallaba al borde del sepulcro, tu amor, Señor, me conservó la vida; cuando se multiplican mis problemas, en tus consuelos hallo mi delicia”. ¿Y qué pasa con aquellos que superan la prueba de la tentación? “Recibirán la corona de la vida que Dios ha prometido a los que lo aman”.

 

¿Cuántas veces le hemos pedido al Señor que “no nos deje caer en tentación”? ¿En cuántas ocasiones le hemos hecho la petición de que “nos libre del mal”? Es la fuerza de Dios la que hace posible vencer las tentaciones; es la misericordia del Padre el que nos hace “cuidarnos de la levadura de los fariseos”; es el amor del Hijo el que nos permite confiar en que venceremos, puesto “que todo lo podemos en Él que nos fortalece” (cfr. Flp 4, 13); es la gracia del Espíritu la que nos santifica y nos ayuda a mantenernos firmes ante las seducciones del maligno.

 

El día de hoy podríamos reflexionas sobre cómo está mi vida, qué actitudes encuentro en el interior de mi corazón. ¿Habrá, a caso, envidias, rencores, egoísmos? Muy probablemente son las que nos hacen desviar nuestro corazón al pecado. Si, por el contrario, dentro de él existe la fe, el amor, el abandono a Dios, todo queda transformado, venciendo toda situación de pecado.

 

Las tentaciones se presentarán a lo largo de nuestra vida. Ya nos tocará a nosotros que elegimos: si caer en ellas, dejándonos llevar por nuestra fragilidad, o confiar en el Señor, el cual nos dará su gracia para poder hacerle frente. ¿Tú que eliges?

 

 

Pbro. José Gerardo Moya Soto

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Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

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