A las 17:00 horas de este sábado, en la Basílica de San Pedro, tuvo lugar la celebración eucarística en sufragio del Papa Francisco, correspondiente al octavo día de los Novendiali, los tradicionales nueve días de oración tras el fallecimiento de un pontífice. La ceremonia fue presidida por el Cardenal Ángel Fernández Artime, S.D.B., antiguo Pro-Prefecto del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.
En su homilía, el Cardenal Fernández Artime recordó las enseñanzas de San Alfonso María de’ Liguori, quien afirmaba que “rezar por los difuntos es la mayor obra de caridad”, y subrayó que este gesto es expresión del amor eterno hacia quienes han partido. “Eso es lo que hacemos hoy por el Papa Francisco, reunidos como Pueblo de Dios”, afirmó, destacando la significativa presencia de personas consagradas en la misa.
El cardenal señaló que Francisco fue un pastor profundamente querido por los fieles y especialmente amado por quienes pertenecen a la vida consagrada, quienes oraban constantemente por él, por su ministerio, por la Iglesia y por el mundo. En el contexto litúrgico del III Domingo de Pascua, el purpurado evocó las palabras del propio Papa en sus catequesis, preguntándose de dónde obtenían los primeros discípulos la fuerza y el gozo para anunciar el Evangelio: “Solo la presencia del Señor Resucitado y la acción del Espíritu Santo pueden explicar ese valor sin miedo”.
Citó además a San Juan Pablo II, quien durante el Jubileo de la Vida Consagrada en 2000 reconocía el testimonio profético de los religiosos en medio de situaciones difíciles, dedicados sin reservas al servicio de los más pobres y excluidos. En ese sentido, reiteró la vocación de los consagrados a ser testigos del primado de Dios en tiempos en que su presencia parece diluirse en muchas partes del mundo.
“El Santo Padre Benedicto XVI nos llamó a ser centinelas que anuncian la vida nueva”, recordó, y exhortó a los fieles y religiosos a ser señales luminosas del Evangelio, sin conformarse a la mentalidad del siglo, sino renovando con fervor el compromiso con el Reino.
Evocando el relato evangélico del Resucitado en la orilla del mar, señaló cómo la fe pascual transforma el desaliento en gozo y misión. “Solo la presencia de Jesús Resucitado lo cambia todo”, afirmó. Finalmente, citó las palabras del propio Francisco durante el Año de la Vida Consagrada: “Espero que despierten al mundo”, recordando su llamado a ser centinelas de la aurora y testigos valientes en una sociedad que a menudo relega a los más frágiles.
“María, Madre de la Iglesia, nos conceda ser hoy discípulos misioneros, testigos de Su Hijo”, concluyó el cardenal.
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