28 marzo, 2024

Sábado XXX semana Tiempo Ordinario

Rm 11, 1-2a. 11-12. 25-29
Sal 93
Lc 14, 1. 7-11

 

Uno de los jefes de los fariseos invitó a Jesús a comer, a la cual, el Maestro acudió sin poner ninguna objeción. Qué curioso: Cristo había comenzado su predicación pública en una boda de Caná de Galilea; pero no solo eso, también terminó su vida despidiéndose de sus discípulos con un banquete, al cual se le ha llamado “la última cena”. Con todo esto, podemos percibir la importancia que el Señor le daba a las fiestas y reuniones, tanto familiares, como con los amigos.

El día de hoy es invitado por alguien importante. La casa esta llena de convidados, probablemente de muchos hombres poderosos, los cuales buscan estar cerca del Señor y escuchar su mensaje, debido a la fama que lo acompaña. Sin embargo, Jesús se ha percatado que no todo lo que brilla es oro, que hay personas que no comprenden el sentido de la fiesta.

Nosotros, generalmente, nos reunimos para celebrar, para dar alguna buena noticia: hacemos reuniones para comunicar que se avecina un nuevo miembro a la familia; congregamos a los amigos para festejar algún aniversario importante; reunimos a los familiares para compartirles la alegría porque nos hemos comprometido… Y todas estas celebraciones deben de irse creando en un ambiente muy especial. Un espacio en donde todos se sientan invitados.

Ahora bien, si alguien te ha invitado a esas celebraciones es porque eres importante en su vida. Por ende, no tendrías la necesidad de hacerte notar entre todos los invitados llamando la atención, haciendo comentarios como, “yo soy su mejor amigo o amiga”, “yo soy lo más importante en su vida”, etc. Creemos que, por darnos esos títulos o por presumir la cercanía con el que nos invitó, somos más que los otros. Pues es lo que Jesús quiere advertirnos. Ante aquellos que buscan los primeros puestos, el Maestro les propone la humildad, el sentarse debajo del puesto que te corresponde.

El Maestro no quiere que caigamos en la hipocresía, ser oportunistas y colocándonos en los primeros puestos. Mas bien lo que Él desea es que sepamos distinguir la apariencia de la autenticidad. Jesús quiere que sus seguidores sean sencillos, sinceros, humildes, honrados, etc.

Jesús quiere que nuestra manera de relacionarnos con los demás sea por medio del servicio, sin buscar los primeros puestos o pretender ponernos por encima de ellos. Todo lo contrario, Dios quiere que sintamos lo mismo, y todo esto no es simplemente por educación, sino porque es lo que nos corresponde hacer.

Servir es vivir saliendo de nosotros mismos, hacernos cercanos al otro y, por lo tanto, darle un sentido pleno a la propia existencia. De todo esto, Jesús es el modelo por excelencia, que “no vino a ser servido, sino a servir” (cfr. Mt 20, 28), incluso, “no hizo alarde de su categoría de Dios: al contrario, se anonado a sí mismo y tomó la condición de esclavo” (cfr. Flp 2, 6-11).

Ahora bien, el cristiano no sirve desde el poder y mucho menos desde la degradación, sino que lo hace desde su dignidad de ser hijo de Dios, discípulo de Jesucristo. Servicio y grandeza son compatibles siempre y cuando sean auténticos, de la misma manera en las que las practicó Jesús. Así que, manos a las obras. Ya sabemos qué hacer para ser los más grandes en el Reino de los Cielos: “humillarnos, porque el que se humilla, será enaltecido”.

Pbro. José Gerardo Moya Soto

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Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

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