13 noviembre, 2024

Martes I Tiempo de Adviento

Is 11, 1-10

Sal 71

Lc 10, 21-24


    “¡Te doy gracias, Padre!” Me resulta imposible no pensar en un Jesús sumamente agradecido, lleno de emoción por los suyos, por todos aquellos que tendrán la oportunidad de escuchar sus palabras, de experimentar sus proezas, de vivir en carne propia la experiencia del Amor. 

 

    Esa gratuidad de la que habla Jesús en el Evangelio puede asemejarse a un joven que ha descubierto su vocación, su profesión. En el momento en el que se alcanza a contemplar un punto de llegada, el corazón se llena de alegría para poder alcanzar dicha meta.

 

    La manera en cómo alaba Jesús a Dios viene a ser una provocación para nosotros en este tiempo, ya que al igual que Él podemos exclamar esa misma expresión: gracias, Padre, gracias, Jesús, gracias, Espíritu Divino, porque me permites experimentar el gran misterio en el que estoy inmerso.

 

    Ahora, la preferencia de Dios, no se da “a los sabios y entendidos”, sino a aquella gente sencilla que tiene un corazón humilde. Esto también se deja vislumbrar en la primera lectura del profeta Isaías, la cual se encuentra con pequeños detalles que van en esta línea: “un renuevo del tronco de Jesé”. Son las cosas pequeñas las que hacen muchas veces la diferencia en nuestra vida.

 

    Son los pequeños los que son capaces de comprender el sentido de la humildad, aquellos donde se posa el espíritu del Señor, “espíritu de sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, piedad y temor de Dios”, ya que son ellos los que caminan por el sendero del Señor, que les da la fuerza para seguir adelante, aún en medio de las adversidades.

 

    Deberíamos de sentirnos afortunados de que Dios haya querido revelarse a la gente sencilla, es decir a nosotros, sus hijos. Por eso no podemos ser sordos a la voz del Señor, despreciar esas palabras. Al contrario, con total convicción hemos de llevarlas a la práctica.

 

    Pidámosle al Señor que la Iglesia sea un lugar de paz, de convivencia desde el amor fraterno. Que sea el mismo Espíritu que hemos recibido el que nos lleve a ser agradecido con el Señor y hagamos el bien a todos los que están a nuestro alrededor.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

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