Sábado XXVII semana Tiempo Ordinario
Jl 4, 12-21
Sal 96
Lc 11, 27-28
¡Con cuánta espontaneidad y sencillez habla esta mujer! Hace una afirmación muy escueta y auténtica sobre Jesús: “¡Dichosa la mujer que te llevó en su seno y cuyos pechos te amamantaron!”. Y, sin temor a equivocarme, Jesús también lo vio así.
Qué curioso: todos ven al mismo Jesús, sin embargo, los escribas, los fariseos y los sacerdotes no se sienten conmocionados por Él, por lo que dice o lo que hace, sino que más bien lo sienten como una amenaza. Incluso tienen temor de que el Señor les quite protagonismo. ¿Cuál es nuestra manera de ver a Jesús? ¿Lo vemos con la sencillez de esa mujer o lo vemos como una piedra en el camino al igual que los fariseos y escribas?
Ahora bien, Jesús no desautoriza a la mujer, ni mucho menos se siente disgustado por el piropo que le han hecho a su Madre. Todo lo contrario, aprovecha esa oportunidad para manifestar en dónde radica verdaderamente la grandeza. Lo que concede la oportunidad de ser “dichosos” no son los lazos biológicos, sino los espirituales. Una persona puede ser dichosa si cree en el don de Dios, en su gracia salvadora y trata de vivir plenamente lo que el Señor le pide.
Es verdad, María ha concebido a Jesús, pero, como ya lo han dicho muchos grandes autores, “antes de concebirlo en su vientre, lo concibió con la fe”. Por esa razón, su dicha y bienaventuranza no se limita únicamente a su ser Madre, sino a toda su persona. Bien se lo dijo el Arcángel Gabriel: “Dichosa, tú, que has creído” (Cfr. Lc 1, 45).
En el Reino de Dios, lo importante y decisivo ya no será el parentesco que se pueda tener con el Señor, el pertenecer a su familia biológica, sino más bien el estar abiertos a la gracia, a la escucha atenta de la Palabra de Dios y hacerla el centro de mi vida.
En el momento en el que Jesús le contesta a esta mujer, “Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”, ¿a quiénes se refiere? Pienso que no habrá ninguna discusión en decir que se refiere a sus seguidores. Todos nosotros tenemos la misión de llevar la Buena Nueva a todos los que nos rodean. Es por ello que nos será más fácil cumplir con esta misión si lo hacemos desde la escucha de la Palabra.
Hoy en día se nos invita a estar bien formados, poseer los mejores medios para llevar a cabo la encomienda dada por el Señor, pero para Jesús esto es muy distinto. Recordemos como envió a sus primeros discípulos: “No lleven nada para el camino, únicamente un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero en el cinto; lleven un par de sandalias y solo una túnica… Ellos salieron a predicar la conversión, expulsaban a los demonios, ungían a los enfermos y quedaban curados” (cfr. Mc 6, 7-13). Así comenzó la evangelización: ligeros y con sencillez.
Tenemos que aprender a descubrir lo que Jesús espera de nosotros. Es decir: que vivamos con sencillez y autenticidad, que, aunque no seamos los más sabios, seamos testigos que sepan escuchar la Palabra de Dios y cumplirla. No olvidemos que esta obra no es nuestra, sino del mismo Dios, que la va fraguando en nuestro corazón.
Que toda nuestra vida sea una “dicha”, puesto que nosotros, como María y todos los verdaderos seguidores del Señor, escuchamos la Palabra de Dios y la cumplimos. Que el Señor nos conceda un corazón humilde y sencillo para acoger su Evangelio y así ser bienaventurados en el Reino de los Cielos.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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