12 diciembre, 2024

 XXXI Domingo del Tiempo Ordinario: Ciclo “B”

Dt 6, 2-6
Sal 17
Hb 7, 23-28
Mc 12, 28b-34

El Evangelio de este día nos propone nuevamente la enseñanza de Jesucristo sobre el mandamiento más grande: el mandamiento del amor, el cual se puede contemplar desde una doble perspectiva: amar a Dios y amar al prójimo.

Este mandamiento del amor, lo puede poner en práctica en toda su plenitud aquel que vive una relación profunda y total con Dios, del mismo modo que el niño es capaz de llegar a amar a partir de la relación que tenga con la madre y el padre.

San Juan de Ávila, al inicio de su “Tratado del amor de Dios” escribe: “La causa que más mueve al corazón con el amor de Dios es considerar el amor que nos tiene este Señor… Más mueve el corazón el amor que los beneficios que se puedan obtener; porque el que hace esto por beneficio, da algo de lo que tiene: más el que ama se da a sí mismo con lo que tiene, sin que le quede nada por dar”.

Antes de ver esto como un mandato (ya que el amor no es un mandato), hemos de contemplarlo como un don, una realidad que Dios nos hace experimentar y conocer, de tal modo, que, como una semilla, pueda germinar dentro de nosotros e ir desarrollándose en nuestra vida.

Si el amor de Dios ha logrado enraizarse en el corazón del hombre, éste será capaz de amar también a quien no lo merece, del mismo modo en que Dios lo hace con cada uno de nosotros. Por ejemplo: el padre y la madre no aman a sus hijos únicamente cuando lo merecen. Más bien lo aman siempre, aunque estos tengan que corregirlo cuando se equivoca.

De Dios aprendemos a querer siempre el bien, jamás el mal; aprendemos a mirar al otro no sólo con los ojos físicos, sino que hemos de observarlo con la mirada de Dios, con aquella mirada con la que Jesús miraba a las multitudes, a los enfermos, a sus discípulos, a todo hombre que se presentaba delante de Él. tenemos que aprender a mirar desde el corazón, sin quedarnos en lo superficial. De hecho, nuestra mirada va más allá de las apariencias, logrando percibir las esperanzas más profundas del otro: esperanzas de ser escuchado, de recibir una palabra de amor, de acoger un gesto de bondad, etc. Al hacer esto, se abre el recorrido inverso: abriéndome al otro, tal y como es, me abro también a conocer al Señor, a sentir el Amor que él me tiene.

Amor a Dios y al prójimo son inseparables y se encuentran en una relación recíproca. Jesús no se sacó de la manga estas palabras, sino que nos reveló que, en el fondo, son un único mandamiento. Y esto no únicamente lo ha realizado por medio de la palabra, sino que Él mismo nos ha dado ejemplo por medio de su testimonio.

El mismo Jesús nos ha mostrado cómo se debe de amar a Dios y al prójimo con su sacrificio en la Cruz: puesto que por amor se ha hecho obediente a su Padre y por amor entrega su vida por nosotros, para liberarnos de la esclavitud del pecado.

Que el Señor nos conceda mostrar siempre nuestra fe en el único Dios vivo y verdadero, y que el ejemplo de Cristo nos lleve a dar testimonio del amor que debemos tener para con Dios y con el prójimo.

Pbro. José Gerardo Moya Soto

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Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

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