Lunes XXXII semana Tiempo Ordinario
Sb 1, 1-7
Sal 138
Lc 17, 1-6
La sabiduría es un don de Dios, es “un espíritu amigo de los hombres”. Todos necesitamos sabiduría, la cual, no solo significa erudición o un montón de conocimientos, sino que viene a ser esa intuición interior que nos hace contemplar y ver las cosas con la mirada de nuestro Señor.
En la actualidad, el mundo, constantemente, nos está atacando con su propaganda, queriéndonos hacer caer en sus garras: quiere introducirnos sus ideologías, a sus caprichos; desea para el hombre un mundo superfluo y relativo; día con día busca influenciar en la vida de todo hombre.
Viene a ser la sabiduría la que nos enseña cómo debemos vivir. Todas las recomendaciones que hemos meditado el día de hoy, en el libro de la Sabiduría, nos indica las actitudes que todo cristiano debe que tener: confianza, rectitud, prudencia, etc. y todo esto puede ser alcanzado por medio de la sencillez, de la humildad.
Recordemos lo que Jesús nos dijo: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien” (Lc 20, 21). Dios revela sus secretos, sus luces, su gracia, su sabiduría a todos aquellos que son sencillos y limpios de corazón.
En cambio, todos aquellos que caminen en la dirección contraria, jamás podrán gozar de este regalo. Todo lo contrario, se le aplicaran las palabras que hemos meditado en el Evangelio: “¡Ay de aquel que provoca las ocasiones de pecado! Más le valdría ser arrojado al mar con una piedra de molino sujeta al cuello”.
En ocasiones nos quejamos de Dios, creyendo que se esconde, que no nos escucha, que está lejos cuando más lo necesitamos. Miramos para un lado y para otro y no lo vemos. A aquellos que son sencillos y limpios de corazón, Dios les muestra siempre su rostro, el sendero que conduce a la vida plena. Por ende, la sabiduría va acompañada de la fe, y Jesús nos lo recuerda: “Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decirle a ese árbol frondoso: ‘arráncate de raíz y plántate en el mar’, y los obedecería”.
El Señor nos invita a abandonarnos en esta sabiduría divina que viene de lo alto y todo esto es posible por medio de la fe. Por ello, como los apóstoles, también nosotros debemos decirle: Auméntanos la fe”. Pero no solo la fe, sino también el amor, el cual nos puede llevar a no ser motivo de tropiezo para el otro, incluso nos conduce a saber perdonar todo aquello que se nos pueda hacer.
Para poder vivir el tesoro de la sabiduría y de la fe y entablar una amistad con Dios, es necesario saber perdonar al que nos ofende. Y sabemos la razón de esto: el Señor hace eso con nosotros cuando nos arrepentimos: Dios siempre nos perdona. Hoy puede ser un día muy bueno si aprendemos a ver las cosas del mundo con los ojos de Dios, con la sabiduría que Él ha depositado en nuestro interior por medio de la fe. Que el Señor nos conceda la gracia de perdonar a todos los que nos ofendan, que nos libre de ser piedra de tropiezo para los otros y que nos haga rebosante en la fe.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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