26 julio, 2024

 II Domingo de Adviento Ciclo “A”

                                                            Is 11, 1-10

                                                                Sal 71

                                                           Rm 15, 4-9

                                                            Mt 3, 1-12


    Hoy podemos encontrarnos con un domingo en el que se Dios nos recuerde su fidelidad. Él es fiel y desea cambiar nuestra vida y quiere salvarnos: “arrepiéntanse, ya esta cerca el Reino de Dios“. 


    Dios se deja encontrar. Suscita en nosotros un deseo de vida nueva y hace posible un cambio (recordemos las palabras del profeta Oseas: “Te llevaré al desierto y le hablaré a tu corazón”). 


    El Bautista no exige ser justos, sino más bien invita a abandonar la hipocresía o tentativa de engañar a Dios: “no digan que son descendientes de Abraham“. Por eso Juan es sinceró, porque sabe que su bautizo no serviría de nada sin que otro viniera a bautizar con el Espíritu Santo. 


    Dios vuelve a comenzar en nosotros. Lo hace con un nuevo vástago. Vuelve a comenzar con quien todavía esta dispuesto a cambiar, a pesar de que pertenece ya a su pueblo, aquel que recuerda que muchas veces en su vida ha traicionado a su gran amor.


    En la primera lectura, con la visión del profeta, podemos observar lo que esperaba al pueblo de Israel. Después de haber sido destruida, nos encontramos en qué vendrá un Rey, el cual aparece de un renuevo del tronco. Este signo es un gesto de que volverá la vida y que Dios, siempre fiel, se revela y cumple sus promesas. Ese nuevo rey, que espera el Mesías, se refiere a un rey que habría de reinar en el servicio a Dios, que plantee proyectos y poder ejecutarlos. 


    Por eso nos sorprende ver que el lobo estará junto al cordero, la pantera se tumba con el cabrito, la vaca vive con el oso. Estos binomios pueden ser muy fuera de lo común, imposibles, pero, gracias a este renuevo del tronco, será esto posible, puesto que es Él quien reinara con justicia y paz. Será en este que se realice a su perfección el plan de Dios trazado desde antiguo: el niño que nacerá en Belén. 


    Ahora bien, los anteriores binomios, se puede entender más a la luz del Apóstol, puesto que él subraya la aceptación reciproca: “acójanse unos a otros, como también Cristo nos acogió para gloria de Dios“. Es una comunidad en la que han de convivir fuertes y débiles y que debe de estar marcado por la edificación reciproca. 


    San Pablo nos da tres razones para llevar a buen termino esa edificación:


  • a) La palabra de las Antiguas Escrituras le robustece y hace posible perseverar en la esperanza. 
  • b) Tener siempre presente el ejemplo de Cristo
  • c) Los paganos han sido acogidos por el mismo Cristo (recordar que al principio era el pueblo elegido por Dios y ahora a todos nos alcanza la Salvación de Dios). 


    Encontramos en Juan Bautista, con su potente invitación a la conversión y penitencia, una introducción a la predicación de Jesús, no sin antes proclamar que el Reino de Dios está cerca (reino que se menciona indirectamente con el rey que brotara de aquel renuevo). 


    Para poder lleva a cabo la tarea de que el pueblo se sumerja en ese movimiento (en el del Reino de Dios), es necesario tener la certeza inquebrantable de que Dios quiere reinar, que Él es quien guía este mundo y quiere colmar la existencia de todos los habitantes (esto se dará arrancando de raíz todos los males que hay en el hombre). De aquí, que yo pueda enderezar el sendero, porque Dios lo quiere y lo hace posible en mí.


    Dejémonos encontrar por Dios, para que Él, quien hace nuevas todas las cosas en su Hijo muy amado, me permita renacer, como aquel renuevo del tronco, y un vez que el sendero este allanado, pueda preparar mi corazón a su gloriosa segunda vendida.


    Reconozcamos que necesitamos de Dios y pidámosle que suscite en nosotros el deseo de volver a una sincera conversión. Que el Espíritu Santo nos ilumine, en la plenitud de sus dones, para que estos pobres siervos, se dispongan a escuchar su Palabra y que tengamos la fuerza para llevar a buen termino el camino que estamos emprendiendo.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

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