Miércoles III Tiempo de Adviento
Is 45, 6c-8. 18. 21b-25
Sal 84
Lc 7, 19-23
A lo largo de nuestra vida terrena nos debemos percatar de que el único que puede salvar es el Señor. Sólo a Él, el Todopoderoso, es al que deberíamos de clamar, pidiéndole que nos conceda la justicia y la salvación.
Los profetas, hombres elegidos por Dios para hablar a su pueblo y, a su vez, guías para orientarlo, constantemente les recordaba que Dios trasciende, de que Él es el único, el que está lleno de poder y de misericordia para su salvación.
De esta convicción, nos debe de quedar claro que el poder del salvador se manifiesta en la promesa del Señor hecha a su pueblo: “Yo soy el Señor y no hay otro… Vuélvanse a mí y serán salvados, pueblos todos de la tierra, porque yo soy Dios y no hay otro”. Pero no solo se manifiesta en el Antiguo Testamento, sino sobre todo se nos presenta en el mismo Jesucristo.
El Bautista envía a sus discípulos a presentarse ante Jesús. No sabemos si para cerciorarse él mismo de que Jesús era el Mesías o para dar a sus discípulos la ocasión de que ellos mismos lo contemplen. Lo que sí es un hecho seguro es de que Juan orienta a sus discípulos hacia Jesús. Ya después ellos irán comunicando a los demás la alegre noticia de la llegada del Salvador. También nosotros, como Juan, como sus discípulos, estamos llamados a ser heraldos que pregonen y anuncien a los demás que el Mesías, el enviado de Dios, es el mismo Jesucristo.
En el mundo actual, hay muchas personas que siguen formulándose la misma pregunta: ¿eres tú o esperamos a otro?, ¿de dónde nos vendrá el pleno sentido de la vida?, ¿dónde podré encontrar mi felicidad? Probablemente pensemos que no hay respuesta a todas estas interrogantes, pero si la hay: Jesús.
Sólo el ejemplo y la gracia de Dios nos pueden conducir en la misma dirección que seguía nuestro Maestro. Sólo podremos ser una comunidad cristiana que evangeliza, que cura, que atiende, que infunde la paz y la esperanza sí estamos llenos de misericordia, sí estamos llenos del Espíritu Santo.
Son las obras las que van a mostrar que se están cumpliendo los signos mesiánicos anunciados por los profetas. Tal vez hoy sea difícil hacer lo mismo que hizo Jesús, “devolver la vista a los ciegos, curar a los enfermos, resucitar a los muertos”. Parece casi imposible conseguirlo, pero sabemos que para Dios nada es imposible. Él obra de muchas maneras en nosotros: lo hace por medio del consuelo, del acompañamiento, de la paz, del anuncio de la Buena Nueva, etc.
La Iglesia tendrá credibilidad en medio del mundo en la medida en que cada uno de sus integrantes se comprometa completamente a hacer el bien a su alrededor, así como el mismo Jesús, del que se dice que “pasó haciendo el bien” (cfr. Hch 10 38).
Jesús viene para salvarnos, es una realidad. ¿Qué tal si ahora somos nosotros los que salimos a su encuentro? Acércate a Jesús, déjate tocar pos su gracia para que seas testigo en medio del mundo. No tengas miedo de hacer siempre el bien a ejemplo del Maestro.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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