29 marzo, 2024

“Yo daría mi vida por la salvación de las almas”, solía decir San Rafael Guízar y Valencia, el primer obispo mexicano canonizado por la Iglesia, patrono de los obispos de México. Su fiesta se celebra cada 24 de octubre.

San Rafael Guízar nació en Cotija, México, en 1878. Quedó huérfano de madre a los nueve años e hizo sus estudios en la escuela parroquial y en el colegio jesuita. Poco a poco fue madurando en él la vocación sacerdotal e ingresó al seminario de la Diócesis de Zamora. Fue ordenado sacerdote en 1901 a los 23 años de edad.

En Zamora, se dedicó de lleno al apostolado y la catequesis. También viajaría por diferentes ciudades y regiones de México. Luego sería nombrado formador en el seminario, fomentando siempre el amor a la Eucaristía y la devoción a la Virgen entre los seminaristas.

En 1911, en Ciudad de México, fundó un periódico religioso con el que intentó contrarrestar la campaña contra la Iglesia Católica patrocinada por el gobierno y denunciar la feroz persecución. Lamentablemente, el diario fue cerrado por los revolucionarios y él perseguido a muerte. El padre Rafael se vio obligado a vivir sin domicilio fijo, en medio de numerosas privaciones.

Para poder ejercer su ministerio, solía disfrazarse de vendedor de baratijas, de músico o de médico naturista, lo que le permitió estar cerca de quienes necesitaban ayuda física y espiritual. Vestido como médico pudo acercarse a muchos enfermos y administrarles los sacramentos.

Al no poder estar más tiempo en México, tuvo que refugiarse en el sur de Estados Unidos, luego en Nicaragua y finalmente en Cuba. Fue allí donde recibió el nombramiento como obispo de Veracruz (México) en el exilio, por lo que fue consagrado en la Catedral de La Habana. Recién pudo tomar posesión de su diócesis en 1920.

De vuelta en México, se dedicó a visitar su diócesis de un extremo al otro, mientras predicaba en las parroquias, pasaba largas horas en el confesionario o ayudaba a los necesitados. A inicios de 1920 un terremoto afectó Veracruz y Mons. Rafael se convirtió en el organizador y líder de la asistencia a las víctimas.

Pastor en la clandestinidad

Mons. Guízar y Valencia fue un pastor muy preocupado por la formación de los sacerdotes y la atención de los fieles. Por eso, a pesar de las persecuciones, no tuvo miedo y mantuvo funcionando el seminario diocesano aunque fuese en la clandestinidad, por espacio de 15 años, llegando así a formar 300 seminaristas.

Alto fue el costo por velar con celo las almas que Dios puso en sus manos: de los 18 años en los que estuvo a cargo su diócesis, nueve los pasó en el exilio o huyendo, siempre bajo amenaza de muerte.

En 1937, mientras predicaba en Córdoba, sufrió un ataque cardíaco que lo postró en cama. Quizás con justicia, después de una vida de sacrificio y prueba constante, Mons. Guízar y Valencia pudo retirarse o renunciar. Sin embargo, aquel golpe a su salud tampoco lo detuvo. Desde su lecho dirigió su diócesis como pudo, preocupado especialmente por su seminario. Mons. Rafael solía decir “a un Obispo le puede faltar mitra, báculo y hasta catedral, pero nunca le puede faltar el seminario porque del seminario depende el futuro de su diócesis”.

San Rafael Guízar y Valencia falleció el 6 de junio de 1938, en Ciudad de México. Al día siguiente sus restos mortales fueron trasladados a Jalapa, donde todos querían ver por última vez al “Santo Obispo Guízar”. Fue beatificado en 1995 por San Juan Pablo II y el Papa Emérito Benedicto XVI lo canonizó en 2006.

En la homilía de la misa de canonización, Benedicto XVI dijo del santo lo siguiente: «Su caridad vivida en grado heroico hizo que le llamaran el “Obispo de los pobres”. En su ministerio sacerdotal y después episcopal, fue un incansable predicador de misiones populares, el modo más adecuado entonces para evangelizar a las gentes… Siendo una de sus prioridades la formación de los sacerdotes, reconstruyó el seminario, que consideraba “la pupila de sus ojos”».

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