Santa Catalina Labouré, al perder a su madre a sus 8 años, le pidió a la Virgen María que le sirviera de madre. Demostrando siempre una fortaleza espiritual, dedicó su vida al servicio, en su niñez al cuidado del hogar y la granja de su padre y, al entrar a las hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl, al cuidado de los enfermos. La Santa del Silencio fue afortunada de tener visiones y que se le apareciera nuestra Santísima Madre, la Virgen María, sirviéndose de la santa para transmitir el mensaje de la Medalla Milagrosa por el mundo.
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