Lunes de la XIV semana Tiempo Ordinario
Os 2, 16. 17-18. 21-22
Sal 144
Mt 9, 18-26
Dios, el esposo fiel y perfecto, intenta convencer a su amada esposa, el pueblo de Israel, para que vuelva con Él. El Señor la lleva al desierto para cortejarla; la lleva a un lugar solitario para reenamorarla.
El profeta Oseas nos muestra a un Dios enamorado, que anuncia solemnemente su perdón y que busca reconquistar a su pueblo. Quiere que volvamos nuestra mirada a Él, como los novios se miran entre sí: llenos de amor, de ilusión. El Señor quiere que abandonemos todos nuestros falsos amores y que lo tengamos sólo a Él como nuestro amado Señor.
No importa cómo es nuestra situación personal, nuestro Padre nos invita a recomenzar, a reiniciar una nueva etapa de amor y fidelidad. Es el Salmo el que nos ayudará a emprender el camino de vuelta y confianza al Señor: “El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad: el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas”.
¿Cómo volver al Señor? ¿Cómo dejarnos reconquistar por Él? En el Evangelio se nos ha mostrado como: con fe, confiando plenamente en el Señor. En el caso de aquella mujer, se abrió paso en medio de la multitud para tocar la orilla del mando de Jesús. Ella sabía que su problema (flujo de sangre) sólo podía ser sanado por el Señor. Esta hemorroísa se dejó tocar por la mirada del Maestro, que le dijo: Hija, ten confianza; tu fe te ha curado”.
En el segundo caso, aquel padre, lleno de dolor, le pide a Jesús que vaya a imponer las manos a su hija, pues sabe que Él le puede devolver la vida. No le importa que lo cataloguen como un loco, un chiflado al tener la certeza de que Cristo puede devolverle la vida a su pequeña. Confía plenamente en Jesucristo, sabe quién es Él. Sus palabras, sus obras lo han reconquistado.
Siempre es grato volver a casa. Que bien nos hace retornar de nuevo al Padre; que grande es volver nuestro amor a Dios; que gratificante es saber cuánto me ama el Señor. No endurezcamos el corazón, sino más bien, abrámonos al perdón y misericordia de nuestro Salvador. Que nuestro amor sea cada vez más semejante al de Dios. Déjate reconquistar por Él.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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