28 marzo, 2024

 Domingo de la Santísima Trinidad


Pro 8, 2231

Sal 8

Rm 5, 1-5

Jn 16, 12-15



    Este domingo celebramos la Solemnidad de la Santísima Trinidad, el más grande de los misterios de nuestra fe, incansable al entendimiento de los hombres. Pero no por ello es incognoscible. 


    En el evangelio de San Juan se nos muestra el misterio del amor de Dios Trino hacia el mundo, a su creación. En ese dialogo que tiene con Nicodemo, Jesús se presenta como Aquel que llevará a cabo el plan de salvación del Padre. Nos dice: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único”.


    Dios creó el mundo y lo hizo bueno, hermoso. Por desgracia, el pecado en el mundo ha corrompido al hombre. Es cierto, es una realidad: todos somos pecadores. Es por esta razón que Dios interviene de nuevo en el mundo, no para juzgarlo, destruirlo o castigarlo, sino para salvarlo, para liberarlo de la esclavitud del pecado.


    Dios nos ama, a pesar de nuestro ser pecador. Incluso cuando cometemos errores o decidimos alejarnos de Él. Tanto nos ama el Padre que, para salvarnos, nos entrega los más precioso que tiene, su Hijo amado, el cual da la vida por la humanidad, resucita de entre los muertos, asciende al Padre y, junto a Él, nos envía el Espíritu Santo. Podemos decir, por tanto, que la Trinidad es Amor que esta al servicio del mundo, al que quiere recrear, purificar, salvar.


    El amor de Dios no tiene límites, no distingue nacionalidades, no se fija en las apariencias físicas, sino que va más allá: mira el corazón de cada uno de sus hijos. Dios nos ama tanto, que se nos muestra siempre lleno de ternura y misericordia. No tengamos miedo de presentarnos a Dios como somos: pecadores. Así como Moisés, apropiémonos esas palabras que escuchamos en el libro del Éxodo: “Aunque sea un pueblo de cabeza dura, perdona nuestra iniquidad y nuestros pecados”.


    Celebrar esta fiesta de la Santísima Trinidad nos invita a dejarnos fascinar y encontrar con un Dios lleno de bondad, desbordante en amor y misericordia. Que nuestra fe, en la Santísima Trinidad, me haga acoger y amar al Padre, escuchar e imitar al Hijo y dejarme conducir por el Espíritu Santo. Dejémonos encontrar por Él, que sale constantemente a nuestro encuentro.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

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