Miércoles de la XIV semana Tiempo Ordinario
Os 10, 1-3. 7-8. 12
Sal 104
Mt 10, 1-7


El pueblo de Israel era representado con la imagen de una viña, la cual producía frutos abundantes. Pero con el tiempo se ha convertido en un campo estéril porque se olvidaron de Dios. Han confiado más en las fuerzas humanas que en la de Dios. ¿No nos estará pasando lo mismo que al pueblo elegido? ¿Será que nos hemos alejado del Señor y confiamos más en lo humano?
Si nos ha sucedido como Israel (estamos lejos de Dios), el profeta Oseas nos ofrece un remedio para volver al camino, para tener al Señor como el centro de mi vida: convertirnos. Nos invita a destruir nuestra idolatría y la soberbia. El profeta nos invita a reconocer las culpas que hemos tenido para el Señor.
Se nos interpela sobre si somos o no idólatras, si vamos construyendo altares a dioses falsos, si el corazón esta dividido, como el pueblo de Israel. Muchas veces decimos seguir a Cristo, pero en realidad hacemos más caso a este mundo, a los criterios que nos ofrece la vida. Nos vamos desmoronando interiormente.
Es tiempo de volver al Señor, es tiempo de consultarlo en nuestras empresas, proyectos, planes de vida. Es momento de escuchar su voz y hacerle caso. Recurramos al Señor, a su poder; busquemos constantemente su rostro y nos salvaremos.
Ahora bien, Jesús sigue llamando. No se fija en las apariencias, sino que va al corazón del hombre. El Maestro llama y constituye apóstoles, es decir, enviados. Tienen por misión ir proclamando la Buena Nueva a toda la humanidad. Cada espacio donde nos desenvolvemos necesita ser evangelizado.
El encargo de Jesucristo sigue en pie. Por ello, toda la comunidad cristiana debe de anunciar la salvación de Dios, dar testimonio de ella por medio de sus palabras y obras: en la familia, el trabajo, el estudio, los medios de comunicación, etc.
Es lo mejor que el creyente puede realizar, dar testimonio del amor de Dios a todos los que están a su alrededor. No todos somos sucesores de los apóstoles, pero si todos somos seguidores de Jesús. Por lo tanto, tenemos que continuar la misión que Él nos ha dejado. Continuemos llenos de fe y esperanza la tarea encomendada a sus apóstoles, sabiendo que el mismo Señor es quien me lo pide.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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