26 julio, 2024

 II Domingo de Adviento, Ciclo “C”

Bar 5, 1-9
Sal 125
Fly 1, 4-6. 8-11
Lc 3, 1-6

El domingo pasado la liturgia nos invitaba a vivir el tiempo del Adviento con una actitud de vigilancia y de oración: “velen y oren” (cfr. Lc 21, 35). En esta ocasión, en el segundo domingo de Adviento, se nos indica cómo darle forma a esa espera: emprender un camino de conversión. Como modelo y guía de este camino, el Evangelio nos presenta la figura de San Juan Bautista, el cual “recorrió toda la región del río Jordán, predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”.

Para identificar la misión del Bautista, el evangelista San Lucas recoge el oráculo dicho por el profeta Isaías, que dice: “Una voz clama en el desierto: preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos. Todo valle será rellenado, toda montaña y colina, rebajada”.

Para preparar el camino al Señor que viene, necesitamos tener muy presente los requisitos de conversión que nos señala el Bautista. Pero ¿cuáles son esos aspectos? Estamos llamados a “rellenar los barrancos” causados por la frialdad e indiferencia, teniendo la apertura de nuestro corazón con los mismos sentimientos del Señor, es decir, con esa cordialidad y atención fraterna de “amar al prójimo como a uno mismo” (Mt 22, 39). No se puede tener una relación de amor, de cariño con el hermano si existen agujeros, así como no se puede conducir bien por la carretera con muchos baches, ¿o sí?

En nuestro tiempo es necesario cambiar nuestras actitudes. Por ello, requerimos también “rebajar” tantas asperezas que se han creado debido a la soberbia y el orgullo. Cuantas personas, sin darnos cuenta, hemos caído en esto. Esto puede ser superado con gestos concretos, relacionándonos con los demás. San Mateo nos da algunos tips para ello: “dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, acoger al forastero, vestir al desnudo, visitar al enfermo y al encarcelado, etc.  (cfr. Mt 25, 35-36). Lijar esas asperezas no es algo sencillo, reconciliarse con el hermano no es tarea fácil. Muchas veces se piensa: ¿quién dará el primer paso? No te preocupes por eso, el Señor nos ayudará, siempre y cuando encuentre buena voluntad en el corazón del hombre.

El cristiano es aquel que, al hacerse cercano a su prójimo, como el Bautista, abre caminos en el desierto. Es decir, nos muestra perspectivas de esperanza, incluso en aquellos lugares o sitios marcados por el fracaso y la derrota. No podemos rendirnos ante las situaciones adversas de nuestra sociedad; no debemos caer en la mentalidad del mundo y ser indiferentes al otro. En nuestra vida, Jesús tiene que ser el centro y su palabra y su luz deben de habitar todo nuestro ser.

Ciertamente que San Juan Bautista nos invita a la conversión con fuerza, con mucha severidad. Sin embargo, nos demuestra que sabía escuchar, sabía realizar gestos de generosidad y de perdón hacia la multitud de hombres y mujeres que acudían a él, practicando el bautismo de la penitencia.

Este día, al contemplar la imagen del Bautista, su ejemplo nos debe de motivar e ir hacia adelante en nuestro testimonio de vida. La fuerza con que anuncia sus palabras, la valentía de proclamar la verdad en medio de su entorno, el mostrar la esperanza de que todo puede cambiar, puesto que “todos los hombres verán la salvación de Dios”.

También hoy, todos los que decimos ser discípulos de Jesús, estamos llamados a ser testigos humildes y valientes de la esperanza, para hacer comprender a los demás que, a pesar de todo, el Reino de Dios se sigue instaurando día a día en nuestra realidad. Preguntémonos: ¿cómo puedo cambiar mi actitud para preparar el camino del Señor? ¿Cómo puedo permitirle a mi corazón “hacer rectos sus caminos, rellenar los vacíos, rebajar las montañas de la indiferencia”?

No perdamos la esperanza en un mundo desesperanzado; no perdamos la fe en un mundo que no cree; no perdamos el amor, en un mundo que ha olvidado lo que es amar. Aún estamos a tiempo: preparemos el corazón a Jesús, puesto que Él viene para salvarnos.

Pbro. José Gerardo Moya Soto

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Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

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