29 marzo, 2024

Jueves V semana Tiempo Ordinario

 

I R 11, 4-13

Sal 105

Mc 7, 24-30

 

 

Ningún lenguaje puede alcanzar a expresar el poder, la fuerza, el heroísmo, la belleza y la majestuosidad del amor de una madre para con sus hijos. Un ser en donde no existe la distancia, lo imposible u obstáculo alguno. Es un amor tan único, verdadero, sincero, total; no se reserva nada para sí, no pone condiciones, ni peros, ni intereses. Pues todo esto puede ser reflejado en la mujer que hoy nos presenta el Evangelio.

 

La perícopa que la liturgia de hoy nos ofrece en el Evangelio, nos muestra, de principio a fin, el amor sincero de una madre por sus hijos. El evangelista no nos presenta muchos datos sobre esta mujer, solo que era de Fenicia, que era pagana y tenía una hija endemoniada. Aquella mujer vivía un sufrimiento atroz por ver sufrir a la persona que más amaba.

 

Ahora bien, ella comprendió que en la vida no existen las fronteras, ni idiomas, ni tradiciones, ni leyes o distinciones entre el hombre y Dios. Su desesperación y necesidad la hacen ir más allá de todo conocimiento humano. Su vida se ha desgastado en la búsqueda desesperada por Aquel que puede ayudarla. No le importa que una mujer pagana este frente a un judío. Ella, saca fuerzas de su corazón para romper todo inconveniente y poder conseguir su objetivo.

 

La imagen es fácil de imaginar: Jesús ve que esa mujer se acerca. La mujer, sobrecogida por ese encuentro, se echa sus pies y, llena de dolor, le pide ayuda al Señor. Esa mujer tenía una fe sólida. Su intuición de madre y todo lo que ha oído de Jesús, han hecho germinar en su corazón la confianza de que el Salvador le ayudará. ¿Cómo podría una intención, así de auténtica y llena de fe, quedar sin respuesta?

 

Es el momento. Era el momento donde se tenía que derribar el muro de la exclusividad, darle un vuelco a la historia entre el pueblo de Israel y los pueblos vecinos. Aunque Dios escogió a un Pueblo, su deseo no era el que algunos de sus hijos quedaran fuera de su proyecto de salvación. De hecho, en el trasfondo de este relato, se nos anticipa el deseo del corazón del Señor por llegar a todos los gentiles.

 

Descorazonada por la respuesta de Jesús, no se da por vencida. Aquella mujer comprendió que el Señor la invitaba a ir más allá, que no se quedara en lo fácil. Tras la negación del Maestro, ella siguió buscando una puerta abierta para alcanzar lo que tanto añoraba. La mujer comprendió que “hasta unas migajas” podían satisfacer sus necesidades.

 

Fue la fe la que ha conseguido eliminar todas las barreras que pueden bloquear el corazón en su relación con Dios. Con plena y total confianza en la palabra de Jesús, regresa a su casa. Cuando llegó, comprobó, efectivamente, que mendigar las migajas de la mesa del Señor había sido suficiente para que su hija quedara curada.

 

Si una mujer pagana empleó el poco conocimiento que tenía sobre el Señor, obteniendo lo que más deseaba, ¿con cuánta mayor razón nosotros no obtendremos de Dios lo que tanto le pedimos y anhelamos en lo más profundo del corazón? Esta mujer debería de ser para nosotros un ejemplo de cómo debemos de perseverar en la fe, en la confianza con Dios.

 

Y tú, ¿qué estás dispuesto a hacer para abandonarte completamente al Señor? ¿Cómo le mostraras que confías en Él?

 

 

Pbro. José Gerardo Moya Soto

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Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

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