26 julio, 2024

Jueves II Tiempo de Adviento 

Is 41, 13-20
Sal 144
Mt 11, 11-15

Bien lo sabemos, Dios y los hombres (el pueblo de Dios), tienen comportamientos distintos. Lo vemos por la historia. Sellaron una alianza de amor: “Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo” (Ex 6, 7). Pero el pueblo muchas veces dio la espalda a su Dios. Y vinieron sus desgracias, su destierro, sus sufrimientos.

Pero Dios siguió siendo fiel y con palabras entrañables dice que nunca va a dejar a su pueblo. “Yo el Señor, tu Dios, te agarro de la diestra y te digo: No temas, yo mismo te auxilio. No temas gusanito de Jacob, oruga de Israel”. Y será capaz, en favor de su pueblo, de trasformar el desierto en estanques de agua y lo adornará con diversas y bellas plantas. Y todo ello para que vean que Dio sigue amando a su pueblo y que no le abandona nunca.

Llegada la plenitud de los tiempos, Dios nos envió a su Hijo Jesús para demostrarnos el gran amor que tiene a toda la humanidad, iluminando nuestra vida con su luz, siendo nuestro compañero de viaje en nuestra estancia terrena y haciéndonos la promesa, después de nuestra muerte, de resucitar a una vida de total felicidad y para toda una eternidad. Dios, Jesús nos aman siempre, nunca nos abandonan.

 

Por otra parte, nos encontramos ante uno de los textos difíciles del Nuevo Testamento. “Les aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista, aunque el más pequeño en el Renio de los cielos es más grande que él”.

A los exégetas les cuesta ponerse de acuerdo. La interpretación más apoyada es la siguiente. La grandeza de Juan el Bautista es enorme porque es el precursor, el anunciador de Jesús, el Hijo de Dios, nuestro Salvador. Pero Jesús proclama un nuevo orden, el reino de Dios, y quien acepte este mensaje, esta nueva vida, quien acepte acoger a Dios como Rey y Señor de su vida es más grande que los que vivieron en la época anterior, incluso que Juan el Bautista, viven una nueva vida superior.

Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, “el Reino de los cielos hace fuerza y los esforzados se apoderan de él”. Seguir el camino de Jesús no es fácil. Parece que las exigencias de Jesús son fuertes. El camino marcado y vivido por Jesús es el camino del amor, de la entrega, de la limpieza de corazón, de la lucha por la verdad y la justicia…

Hay otros caminos que proclaman lo contrario aparentemente más fáciles. Pero la experiencia nos lo confirma, el camino exigente de Jesús nos lleva a vivir la vida con sentido, con alegría, con esperanza para desembocar en la vida de total felicidad después de nuestra resurrección. Merece la pena y la alegría adentrarse por el camino de Jesús. No hay otro mejor.

Fray Manuel Santos Sánchez O.P.

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Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

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