1 noviembre, 2024

 Martes de la  XIV semana Tiempo Ordinario


Os 8, 4-7. 11-133

Sal 113

Mt 9, 32-38



    Cuando escuchamos la palabra idolatría, generalmente la relacionamos con alguna estatua hecha de madera, barro, piedra u otro material, elaborada por las mismas manos humanas, a la que se le rinde culto. A pesar de todo este proceso, sabemos que no es un dios.


Podemos caer en la tentación de creer y pensar que no soy idolatra, que yo sólo levanto mi oración a Dios. Pero en ocasiones podemos volvernos idolatras cuando le presentamos más atención a los dioses que nosotros mismos hemos creado: el dinero, el poder, el éxito, el placer…


    El que siembra vientos, recoge tempestades. Estos ídolos que vamos creando no valen nada, no tienen boca, ni oídos, ni capacidad de amar como el verdadero Dios. Que tristeza nos da el ver a muchas personas que aún sabiendo que esos ídolos no valen nada, siguen adorándolos y poniendo su confianza en ellos.


    Nosotros, por el contrario, debemos de ser el pueblo fiel a la Alianza de Dios: “Israel, confía en el Señor, Él es tu auxilio y escudo”. Debemos de rendir culto al verdadero Dios y no acomodarnos dioses a nuestra medida.


    La humanidad necesita de aquella Buena Nueva predicada por Jesucristo. ¡Cuántas personas a nuestro alrededor no se encuentran extenuadas, desorientadas, sordas a las Palabras de Dios! Tenemos que recorrer nuestras calles y plaza para darnos cuenta de las necesidades de la persona. 


    Concilio Vaticano II nos dice: “El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo” (GS 1).


    Ahora nosotros, como Jesús, tenemos que ir por los caminos. Todos debemos de estar comprometidos con evangelizar a jóvenes y mayores, pobres y ricos, sanos y enfermos. Que al escuchar el mensaje de Jesús se llenen de esperanza. Cada uno de nosotros es responsable de llevar este Anuncio desde su propia identidad.


    Es Dios el que salva, el que sostiene al mundo y lo hace participe de su vida. A Él debemos de mirar en primer lugar. ¿Cómo sería esto? Por medio de la oración: “rueguen a dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”. Toda acción realizada, aunque seamos nosotros los instrumentos que Dios utiliza, no es nuestra, sino del que nos ha enviado. Pongamos todos nuestras fuerzas en dar testimonio y hacer oír la voz de Dios en nuestro mundo.



Pbro. José Gerardo Moya Soto

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Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

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