27 julio, 2024

 Jueves XXXII semana Tiempo Ordinario

Sb 7, 22- 8, 1
Sal 118
Lc 17, 20-25

Meditando sobre los piropos que la primera lectura le dirige a la sabiduría, ¿quién de nosotros no la quisiera poseer? Con ella resolveríamos infinidad de problemáticas o situaciones que se presentan cotidianamente en nuestra vida. Si la poseyéramos, podríamos encontrar el camino que nos conduce a la verdadera felicidad, a transformar nuestra vida, a aprender de cada una de las experiencias que vivimos.

Ahora bien, nosotros sabemos que la sabiduría viene de Dios, el cual nos ha enviado a su Hijo único. Jesús es la Palabra del Padre y todo aquel que se acerca a Él queda iluminado y podrá indagar en la sabiduría divina, puesto que su presencia en medio de nuestro corazón nos hará caminar por el camino del bien.

Por ello, Jesús nos enseña lo que debemos de distinguir en nuestra vida: aquello que merece la pena y lo que no la merece; las fuentes de la alegría y las fuentes de las tristezas; los sentimientos que debemos encarnar en el corazón y aquellos que tenemos que depurar; dónde está el verdadero sentido y dónde no está; todo aquello que llena el corazón del hombre y lo que lo deja vacío; dónde desgastar nuestra vida y en dónde no debe ser gastada.

El Maestro, al hacerse cercano a todos y cada uno de nosotros, no tiene otra intención más que la de enseñarnos a vivir plenamente invitándonos a esforzarnos por darle un buen sentido a nuestra existencia. Lo que Jesús más desea para cada uno de nosotros es que esta vida la vivamos de la mejor manera, y eso sólo puede ser de la mano de Dios, por medio de su sabiduría derramada en nuestros corazones.

En clara relación con el texto de la primera lectura, el Evangelio nos muestra a Jesús como el Señor, por excelencia, de la verdadera sabiduría: el Señor del Espíritu. Ante aquella pregunta que le realizan los fariseos, sobre la venida del Reino de Dios, cuestión que también a nosotros nos puede conflictuar, su respuesta es categórica: no viene, ya está aquí, entre nosotros.

Esto es una evidencia de un Dios que se hace presente entre los hombres, como un hermano nuestro, el más humilde, capaz de soportar el rechazo, la indiferencia y hasta la muerte. Es ahí, precisamente, en la cruz, donde se pone en evidencia la sabiduría divina, esa que parece contraria a la razón, a una imagen errónea que los fariseos tenían sobre Dios.

Jesús, el Señor, hace presente el Reino. Con Él se inaugura, pero somos nosotros los que tenemos que construirlo con la gracia que hemos recibido, con la fuerza del Espíritu Santo que se nos ha dado a través de los sacramentos.

Pidámosle al Señor, con la misma confianza de Jesucristo, que nos conceda la luz de la verdadera sabiduría, para que con ella podamos hacer evidente que verdaderamente el Reino de Dios está en medio de nosotros con toda su riqueza.

Pbro. José Gerardo Moya Soto

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Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

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