26 julio, 2024

Martes IV semana Tiempo Ordinario

 

II Sm 18, 9-10. 14. 24-25. 30-19, 3,

Sal 85

Mc 5, 21-43

 

 

El día de hoy, en la primera lectura, se nos presenta una escena conmovedora: las lágrimas derramadas de David por la muerte de su hijo Absalón.

 

Con un gran plan militar, el ejercito del rey logró derrotar al rebelde. Sin embargo, lo que parecía una gran victoria, terminó llenando de dolor a David, mostrándonos, una vez más, el gran corazón que tenía.

 

De la misma manera en la que había llorado por la muerte de Saúl, aún cuando éste se portó mal con él, ahora David llora la muerte de su hijo. No existe ninguna fiesta para celebrar esta triste victoria.

 

El bueno corazón del Rey David nos recuerda lo grande e inmenso que es el amor de Dios por nosotros, el cual nos ha manifestado, por medio de su Hijo, que Él está siempre dispuesto a perdonarnos. Del mismo modo que David no deseaba la muerte para su hijo, aún cuando haya sido rebelde, del mismo modo “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y tenga vida” (cfr. Ez 33, 11).

 

Y es que el Señor no se cansará nunca de mostrarnos cuánto nos ama. Esto lo podemos constatar en Jesús, el cual sigue curando y resucitando (como lo vemos en el Evangelio). Sin embargo, todo esto solo puede ser posible si tenemos fe, sí confiamos plenamente en el Señor.

 

Es cierto, Dios puede actuar automáticamente en nuestra vida. Él puede violentar nuestra libertad para enderezar nuestros caminos, para purificar nuestro corazón. Pero no lo hará. El Señor espera que nosotros respondamos a su llamado, que le mostremos qué tan grande es nuestra fe.

 

He conocido a mucha gente que dice: “Ya no puedo más”, “he hecho todo lo que podía”, “ya estoy cansado(a)”. No obstante, estoy seguro de que aún puedes dar un poco más. Fíjate en esa mujer hemorroísa del Evangelio: “Había sufrido mucho a manos de los médicos y había gastado en eso toda su fortuna, pero en ve de mejorar, había empeorado”. Parecía que lo había dado todo. Pero no fue así, aún tenía algo que hacer: acercarse a Jesús. Ella creía que con sólo tocar su manto quedaría curada, y así fue. ¿Te puedes imaginar que habría sido de ella si decidiera abrazar al Señor? Lo mismo le sucedió al jefe de la sinagoga, el cual había perdido a su hija. Sin embargo, creyó en el Maestro, bastó que tuviera fe en Él. Y así fue: su niña recobró la vida.

 

Cabría entonces preguntarnos: ¿tenemos un corazón tan amoroso como el de Dios, capaz de perdonarlo todo? ¿Somos capaces de experimentar el dolor por aquellos que se hunden en el pecado y se alejan de Dios? Al igual que Jesús, ¿percibo el sufrimiento de la persona que ha intentado salir de sus dificultades y aún no lo ha concretado (algún conocido que este enredado en la telaraña de alguna adicción, algún familiar que lo perdió todo, alguna persona que está vacía del corazón, etc.)?

 

Al Igual que Dios, estamos llamados a ser misericordia para todos aquellos que la necesitan. ¿Qué te parece si nos convertimos en instrumentos que ayuden a los otros a poner su confianza en el Señor? Ser para ellos un trampolín que catapulte a muchos a creer en Dios. Pero más que creer en Él, creerle todo lo maravilloso que puede hacer en nosotros. ¿Te animas?

 

 

Pbro. José Gerardo Moya Soto

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Pbro José Gerardo Moya Soto

"Que la homilía pueda ser «una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo, reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2, 4)". Directorio Homilético 2014 (Decreto)

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